PUBLICADO EN ‘ESCUELA’
ROSA M. TRISTÁN (en Qaqortoq, Groenlandia)
Estamos en Qaqortoq. Una ciudad en el extremo sur de Groenlandia. Estamos en una casa-albergue que el explorador polar Ramón Larramendi tiene en uno de los rincones más salvajes del planeta. Acabamos de volver del fiordo de Tasermiut, paredes de más de mil metros talladas por el hielo. Allí, me contaba, el año pasado vio en directo como el fallecido Alvaro Bultó se tiraba con un traje con alas. “Eso sí que era arriesgado”, me comentaba cuando volvíamos en la zodiac, con la mirada perdida en éste y, a la vez, otros mil asuntos.
Pero es una curiosa frase en sus labios, porque si algo define a Larramendi es su ilimitada capacidad de asumir riesgos, y salir airoso. Apenas cumplía 19 años cuando el joven madrileño atravesó Islandia en esquís, un viaje que aún figura en los anales de la exploración española. Fue su primer gran paso. De ahí, a Groenlandia y unos años después, en 1990, iniciaba la aventura que le situó entre los más grandes: la Expedición Circumpolar Ártica, un viaje de tres años en el que recurrió más de 14.000 kilómetros entre la gran isla de hielo y Alaska en trineos con perros y kayak, como los auténticos inuits. El viaje mereció un artículo en la revista National Geographic.
Desde entonces, el mundo de los hielos ha sido su mundo, el lugar que ha querido compartir con espíritus inquietos como el suyo, a través de su agencia de viajes Tierras Polares, y también con sus proyectos de investigación y sus iniciativas sociales. En 2001 recibió el Premio de la Sociedad Geográfica Española y otro más, indirectamente, en marzo de este año.
Nos encontramos con él en su ambiente: en Groenlandia, un país tan maravilloso como complicado para una empresa como la suya.
¿Por qué eligió Groenlandia como destino, un territorio congelado en un 85% en verano y más aún en invierno?
Desde el primer día me fascinó la pureza de su paisaje. La primera expedición fue un reto tanto geográfico como personal, que me obligó a afrontar desafíos en estrecho contacto con esta naturaleza salvaje. A la vuelta, en 1997, quise que otros tuvieran las vivencias que yo había experimentado en el viaje y pensé en organizar rutas que fueran accesibles a viajeros normales, pero a la vez que fueran una aventura. Surgió así Tierras Polares en el sur de Groenlandia, una zona salvaje y accesible a la vez. Ahora, también viajamos a Islandia, Laponia, Canadá, a la península rusa de Kamchatka, Canadá o la Antártida, pero el mayor montaje lo tenemos aquí. Uno de los éxitos fue apostar por las zodiac para movernos y por tener nuestras infraestructuras de campamentos y albergues. Eso nos permite ir de un lado a otro sin depender de nadie.
Dicen que el país se está deshelando ¿Lo ha notado en los 16 años que lleva viniendo?
Si, se nota que el hielo retrocede. Uno de nuestros campamentos está frente al glaciar Qaleraliq, y en este tiempo ha disminuido 80 metros el grosor del hielo y el frente se ha partido en dos; ahora vemos muchos metros de roca donde entonces estaba el glaciar. Y hay fiordos que se congelaban en invierno y ahora ya no lo hacen. Pero la capa de hielo aún es gigantesca; el proceso de calentamiento avanza, pero lentamente.
¿Cómo son los groenlandeses? ¿Qué le atrajo de ellos?
Tienen una visión diferente del mundo. En mi largo viaje de tres años conviví con pueblos perdidos de cazadores, de los que aún usaban el arpón. Su generosidad era impresionante. Entonces no había turismo y en todos los lugares me invitaban a sus casas porque durante cientos de años siempre se acogió a los viajeros. Viví muchos meses con ellos preparando los trineos, entrenando a los perros. Pero ese mundo casi ha dejado de existir. Ahora están bastante perdidos, con el desarrollo que supone depender de Dinamarca, un país nórdico avanzado, pero sin ser daneses.

Ramón Larramendi prefiere mirar los mapas, en vez del GPS, cuando navega por los fiordos. |ROSA M. TRISTÁN
Ese interés por su pasado es lo que quiere recuperar, en cierto modo, con el catamarán polar…
En parte sí; es un diseño mío que se aprovecha de sus técnicas ancestrales de construcción de trineos, pero usando cometas en vez de perros. Desde que inicié el proyecto, hace 14 años, ya lo he utilizado en cuatro expediciones en Groenlandia y dos más en la Antártida, la última el año pasado, financiada por Acciona. Fue la primera al Polo Sur geográfico con un vehículo impulsado por el viento. Quiero demostrar que este catamarán o mariposa polar es útil para la exploración científica en la Antártida porque es ecológico, económico y muy sencillo. Para 2014 tenemos en proyecto otra expedición de 7.000 kilómetros, circumpolando el interior antártico con el objetivo de confirmar su potencial y que España puede hacer ciencia en el continente usándolo en proyectos, porque las dos bases que tenemos están en islas. Pero Acciona nos ha abandonado y ahora busco nuevos apoyos económicos para ponerlo en marcha. Necesito unos 300.000 euros. Sería una pena que al final se aprovecharan científicos de otros países. Quisiera ver mi catamarán navegando por el hielo antártico con investigadores españoles a bordo.
También tiene un proyecto con el pueblo Thule del norte, ¿en qué consiste?
En este caso se trata de recuperar la filosofía inuit. Estuve mucho tiempo con los thule en mi expedición, y luego he vuelto a menudo. Pero, como decía, las tradiciones desaparecen, y mucho más rápido que el hielo; los jóvenes han perdido sus raíces, ya no valoran la cultura de sus abuelos. En Thule aún hay unas decenas de personas que si las conservan, que organizan viajes al interior con trineos, van a la caza del oso y se mueven en kayak. Mi proyecto SOS THULE consiste en organizar expediciones especiales con pocos viajeros para que los thule vean que pueden vivir con y de su pasado, que tienen atractivo como ‘museo viviente’. En otro caso, en poco tiempo sólo se hablará de ellos en los libros. Y en ello quiero implicar al Gobierno groenlandés para que convierta a los ‘thule’ en un emblema del país.
En estos días, he comprobado que el trabajo de Tierras Polares es como un ‘puzzle’ con muchas piezas que encajar. ¿Qué es lo más complejo para una empresa como ésta en tierras árticas?
Esto es un lío tremendo. No dejo de repetírmelo, pero no por eso abandono el reto. Somos la única empresa española asentada en el sur de Groenlandia. Para empezar, tenemos que traer casi toda la comida desde España a principio de temporada, porque aquí todo viene de Dinamarca y es caro. Pero lo más complejo es que cada campaña, que dura tres meses, hay que desplazar a más de 40 personas a Groenlandia. Y todos con un nivel alto de especialización en alta montaña, pero a la vez con el carácter adecuado para ser guías, monitores o logistas. Es un trabajo duro, aunque el lugar recompensa. Es único.
Gracias, Rosa
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