ROSA M. TRISTÁN (Enviada especial)
(PUBLICADO EN ‘ESCUELA’)
TASSIUSAQ (Groenlandia).- La noche en la granja de Tassiusaq está totalmente despejada. Al fondo, una bahía plagada de icebergs nos recuerda que estamos en Groenlandia. Proceden del glaciar Eqalorutsit Kangillit , o quizás del E. Killiit, a decenas de kilómetros. Brilla la Luna llena. Cuatro adolescentes españoles, pertrechados de curiosos instrumentos astronómicos elaborados por ellos mismos (una ballestina, un cuadrante…) esperan ansiosos una aurora boreal. Quieren medir a qué altura se producen.
Son miembros de la Expedición Shelios, una aventura científica y educativa denominada ‘Ruta de las estrellas’ promovida y financiada desde el proyecto europeo GLORIA. Es la tercera vez que Shelios, que coordina el astrónomo español Miquel Serra-Ricart, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) va a la ‘caza’ de auroras en el verano boreal, que acaba ahora en septiembre.
Fernando Abárzuza, Pau Mir, Carlota Corbella y Gerard Orriols son cuatro estudiantes, becados por diferentes fundaciones españolas, que nunca imaginaron acabar el verano entre los hielos cercanos al Polo Norte. Ahora sus cámaras, y las de los fotógrafos especialistas que les acompañan, apuntan al cielo. Cosmos.
De repente, gritos de euforia. “¡Aurora al norte! ¡Aurora!”, se escucha. Y en el cielo comienza a distinguirse una luz amarilla, que en unos segundos es verde intenso, y comienza a moverse, y tiene la forma de un arco iris verde, luminoso…. Ni la radiante Luna puede acabar con la potencia de esa ‘tormenta’ solar que ahora llega a la atmósfera de nuestro planeta, tras dos días de viaje por el Cosmos.
Con la emoción, ballestina y cuadrante quedan olvidados, pero ya habrá ocasión de hacer las mediciones. Las cámaras echan humo. Sólo se oye el ‘click’ de los disparadores, mientras el espectáculo se transmite en directo por internet a miles de kilómetros, a cualquier lugar del mundo, cumpliendo así el objetivo que se había marcado GLORIA, y Shelios…..
14 EXPECICIONES ASTRONÓMICAS
Y es que Serra-Ricart reconoce que en su proyecto siempre fue una prioridad la educación. El astrónomo organizó la primera edición de la Expedición Shelios en 1999, precisamente en Groenlandia. “Siempre quise ver los grandes espectáculos del cielo, como los eclipses de sol, las tormenta de estrellas y auroras boreales. Primero por mí, pero también porque quería mostrarlo a la sociedad para que se acercaran a la Astronomía. Y, además, me propuse incluir a chavales que vinieran y aprendieran; ellos son los ciudadanos del futuro, los que deberán valorarla dentro de unos años”, afirma el investigador.
En ese proyecto implicó al catedrático de física canario Federico Fernández Porredón, que daba clase en un instituto de Tenerife, y que ha editado un manual de Astronomía para Secundaria. En 2005 iniciaron juntos la ‘Ruta de las Estrellas’ fuera de su isla con un viaje de ocho estudiantes canarios de 1º de Bachillerato para ver un eclipse anular del Sol desde Parques Nacionales españoles. Al año siguiente, otros 12 se irían al Kilimanjaro (Kenia) para observar, desde un mismo país, el cielo austral y el boreal; en el 2007 a Cuzco; en 2008 a Siberia…. Y tras un parón por la crisis, volvieron en el año 2011 a Groenlandia, destino que este 2013 han repetido de nuevo.
“Queríamos sacar el proyecto de Canarias, que pudieran optar jóvenes de todo el país y para ello buscamos fundaciones que nos ayudaran a financiar los viajes, porque son caros. El año pasado ya conseguimos dos becas de la Fundación La Pedrera, catalana; dos de Caja Canaria y dos de la Diputación de Badajoz. Eran seis. En esta ocasión, sólo han sido cuatro, dos de La Pedrera y dos de la Fundación Celex, ambas en Cataluña. Son ellas las que han seleccionado a los chavales, entre los mejores que se presentaron. Ojalá que el año que viene se impliquen más instituciones y puedan venir muchos más jóvenes. Ese es mi sueño”, aseguraba a ESCUELA horas antes de que cayera la noche, mientras se preparaban los equipos para la transmisión vía satélite desde este perdido rincón del planeta.
Tan serio es este objetivo educativo que el programa de actividades para los cuatro adolescentes incluye varias charlas sobre astrofísica con dos profesores: el catedrático canario y el físico catalán Enrique Herrero Casas.
“Un profesor de Matemáticas fue el que me comentó que había unas becas para jóvenes que les gustara la ciencia. El sabía que se me daba bien y me animó a presentarme. Tuve que hacer un examen y una entrevista. Al final, nos seleccionaron a 24, también Carlota y Fernando estaban en ese grupo. En junio, nos dieron la opción de ir a Canarias a un programa educativo de ciencia que ofrecía la Fundación. De allí salimos los premiados con este viaje”, explica Gerard, de 16 años, alumno becado del colegio Aula Escuela Europea, en Barcelona.
Gerard ganó su plaza con un trabajo sobre la relación entre el número de estrellas que pueden verse en un cielo con gran calidad lumínica y la altura a la que se encuentran. “Yo quería ver las auroras, pero a la vez hacer ciencia. Y venir aquí era la meta. Ahora, todo es una sorpresa. Empezando por el país, que imaginaba todo helado, y lo veo con flores y verde. Además, ver trabajar a los científicos es un privilegio”, va enumerando.
EMPRENDEDORES ENTRE ICEBERGS
También Pau Mir, del Instituto Público de Sant Quirce del Vallés (Barcelona) era un aficionado a la ciencia. Sus docentes les hablaron del programa Jóvenes y Ciencia de la Fundación La Pedrera, y sus notas y una carta de motivación fueron la llave para acceder al programa, al que se presentaron 800 estudiantes. Fue su primera etapa para acabar a la orilla de un fiordo, en el Círculo Polar Ártico. Fascinado ante un cielo que se tiñe de colores por segundos. Sorprendido en un territorio prácticamente deshabitado (hay 56.000 habitantes en 2 millones de kilómetros cuadrados). Incansable para subirse a cuantos bloques de hielo se encuentra varados en las playas…
Sin embargo, Carlos Rodríguez, profesor en el municipio de Navalvillar de Pela (Badajoz) y ex consejero de Juventud y Deporte en la Junta de Extremadura, no les deja mucho tiempo para la contemplación, mucho menos para el aburrimiento. Ha venido a Groenlandia con la maleta llena de juegos: “Se trata de entrenar a los chavales en sus habilidades sociales, como emprendedores. A través de ellos voy trabajando su toma de decisiones, su liderazgo, su creatividad o su capacidad de cooperación. No se trata de pasar el rato, sino de aprender a conocerse”.
Carlota, de Sant Cugat del Vallés, está encantada con la fórmula. “Es algo que no me esperaba. He descubierto que ser emprendedor no sólo es útil para la ciencia, sino que sirve para toda la vida, como tener curiosidad y perseverancia para llegar a un objetivo, aunque las cosas no salgan bien. Vamos, que no te den todo hecho”.
En su caso, fue su padre, periodista científico en La Vanguardia, quien puso a su colegio sobre la pista de las becas y pruebas a las que se podían presentar los alumnos. “En mi anterior colegio no las conocían. Es una pena que a veces se pierdan oportunidades por desconocimiento de los profesores”, reconoce la joven, que ya sueña con ser física, o matemática…. En todo caso, científica.
Hace días, nada más llegar al sur de Groenlandia, en la pequeña pista de una antigua base militar americana, la Expedición Shelios puso rumbo hacia el campamento que la agencia Tierras Polares, dirigida por el explorador español Ramón Larramendi, tiene frente al glaciar Qaleralliq. El Campamento Fletanes.
Larramendi esperaba al pie del avión para dar la bienvenida a sus 16 componentes. Con los astrónomos, los docentes, los estudiantes y algunos invitados, viajaba también uno de los responsables del proyecto GLORIA en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), el profesor Esteban González, y Héctor Gómez, especialista en comunicaciones del Ministerio de Defensa, con experiencia en la base antártica española Gabriel de Castilla.
Y enseguida, las primeras emociones al navegar en zodiac por el fiordo; al sentir cerca esas inmensas moles de hielo que son los icebergs, azulados, brillantes; la primera sensación engañosa de que Groenlandia es verde y florida, mientras su ‘inlandis’ permanece congelado fuera de nuestra vista. Cada día menos, pero aún cubierto de blanco en un 85% de su territorio.
Ya instalados en Fletanes, caída la noche, el inesperado estruendo de los glaciares cuando, por una grieta, se rompe su frente en pedazos. “Desde que llegué hace 16 años, el frente se ha partido en dos y ha perdido 80 metros de espesor”, explicaba Larramendi a los recién llegados. “Yo también lo recuerdo mucho más pequeño que hace una década”, añadía Serra-Ricart mirando a la pared de hielo.
PRIMERA AURORA BOREAL
Esa noche, la primera aurora cenital. Era el regalo de bienvenida, pero no dio tiempo a organizar la transmisión ‘on line’. Las nubes hacían presagiar una mala noche, aunque el director de la expedición, en una página de la NASA, había comprobado que si habría cierta actividad en la magnetosfera terrestre.
Al día siguiente de la llegada llovió sin cesar. Sólo una ‘ventana’ vespertina permitió al grupo Shelios acercarse, siguiendo una morrena, hasta el lago glaciar de Kangerluatsiup. Decenas de caribús (subespecie de reno) bebían en sus orillas. Un primer contacto con la fauna del Ártico, que luego se completaría con el avistamiento de águilas pescadoras de envergadura prodigiosa (más de dos metros).
Hubo que esperar a la tercera jornada para recibir una primera lección de Geología con el experto guía de montaña Sergio Camacho, de Tierras Polares. Aprender lo que es un ‘serac’ glaciar (un bloque con grietas causadas en el hielo por un accidente geográfico en su base), por qué el hielo parece azul (lo que tiene que ver con la refracción de la luz de sus millones de cristales), o el tiempo que se necesita para llegar a la planicie helada interior (un día y medio de dura caminata). Camacho es ‘glaciólogo’ aficionado a fuerza de acompañar a científicos expertos en infinidad de viajes a lo largo de los años.
Miles de gaviotas alzaban el vuelo cuando las zodiacs se acercaban a la pared de hielo, interrumpiendo su tarea: están allí porque la concentración de peces es mayor, ávidos de las sustancias nutrientes que arrastra el glaciar hasta el agua: el fitoplacton.
Avanzada la mañana, de camino a Qassiarsuk, a unas dos horas de navegación por un fiordo que parecía más revuelto que a la ida, el paisaje se reveló como una obra de arte tallada a golpes de viento y agua helada. Decenas de cascadas, como venas, expulsan el agua por los acantilados, vertiéndolo en las rías, un flujo que en invierno se congela durante largos y oscuros meses.
Esa noche se descansaba en el Hostel Leif Ericksson, que Tierras Polares utiliza de base central en el sur del país durante la campaña de verano para sus viajeros. Fue este el lugar donde se instaló el vikingo Erik el Rojo cuando en el año 985 llegó hasta estas gélidas tierras, bautizándolas como ‘Tierra verde’ (Greenland).
“Hoy todo indica que veremos muchas auroras. Hay que preparar los equipos”, ordenó el jefe de la expedición nada más llegar. Al momento, todo el equipo entró en acción.
Esteban González, de la UPM, y Héctor Gómez, ambos responsables de las comunicaciones, fueron los primeros en moverse para conectar los ordenadores con las antenas de los satélites. “GLORIA es un proyecto europeo que permite a los ciudadanos hacer ciencia ‘on line’. Tiene muchísimas posibilidades para la docencia”, comentaba González.
No le falta razón. En un año, habrá 17 radiotelescopios interconectados de todo el que permitirán tener hasta 15 minutos de observación real en cualquier de ellos (slot), sin necesidad de ser astrónomo.
Esta ciencia ‘on line’ se completará con otra ‘of line’: en la web del proyecto se colgarán miles de imágenes de telescopios para que los ciudadanos ayuden a los científicos a filtrar aquellas en las que se detectan posibles meteoritos, o a clasificar galaxias por su forma, o a contar manchas en el Sol…. “Luego, entre los que más se impliquen se repartirá el tiempo de observación real”, iba relatando el ingeniero mientras esperaba la conexión con los servidores centrales en Canarias, encargados de distribuir la señal que llegaría desde Groenlandia.
Pero nada hay seguro en una expedición de este tipo y las deseadas auroras no llegaron ese día, pese a todos los presagios.
Y es que si este año el grupo de Shelios volvió a Groenlandia fue porque en 2013 se ha alcanzado el ciclo 21 de máxima actividad del Sol, que tiene lugar cada 11 años. Esto significa que aumenta el número de sus manchas y que emite más partículas cargadas de energía (el viento solar) en lo que se llaman ‘tormentas solares’. De hecho, entre el siglo XIV y 1850 años hubo una ‘Pequeña Edad de Hielo’, un enfriamiento del clima provocado por una caída de esta actividad. En 2013, sin embargo, el temor a nivel global ha sido que estas tormentas afectaran a los satélites y las telecomunicaciones, algo que no ha ocurrido de momento.
Lo que siempre sí sucede es que esas partículas, al llegar a la Tierra son atraídas por los polos magnéticos (el Norte y el Sur), el único lugar por donde pueden penetrar en la atmósfera. “Ese viento solar tarda unas 48 horas en llegar desde el Sol, viajando a 100 kilómetros por segundo. Y cuando lo hace, sus protones y electrones chocan con los átomos de oxígeno, provocando los tonos verdes o rojizos, con los de nitrógeno, que produce tonos azulados, y a veces con los de helio, también rojos. Suele ocurrir a unos 400 kilómetros de altura. Incluso hay quien dice que emiten sonido, pero no está probado”, explica Serra-Ricart.
El resultado son las auroras polares (boreales o australes) en sus más diversas formas. Esa noche en Qassiarsuk, con una sensación térmica por debajo de cero grados, se las esperó durante mucho tiempo. Y no llegaron.
UNA TORMENTA DE COLORES
Por eso, al día siguiente, en Tassiusaq, al otro lado del fiordo, ya con ánimos renovados, los expedicionarios volvieron a organizar los equipos. Ya en 2012 ese lugar les dio suerte. Desde primera hora de la mañana, mochila al hombro, el grueso del grupo hizo la senda, campo a través, que separa ambos enclaves. Se cruzaron con algunas ovejas, pocas, y con algún campesino que andaba recogiendo el heno en grandes balas de plástico.
Por la tarde, Fernández Porredón aprovechó para explicar a los cuatro becados cómo se han detectado en el espacio exterior elementos que en nuestro planeta han ayudado a generar la vida; Enrique Herrero les contaría más tarde las técnicas que utilizan los astrónomos para encontrar planetas fuera del Sistema Solar. Concentrados, sin levantar cabeza, mientras por las ventanas desfilaban icebergs a lo largo de la bahía, por el fiordo de Sermilik, camino del mar.
“¡Aurora! ¡Aurora!”. Quien la anuncia ahora es Isabel Paz, periodista que en el pasado hablaba de ciencia en TVE y ha venido a preparar un documental sobre Astronomía.
De nuevo los colores llenan el cielo. El arco verde sigue visible, de este a oeste en el firmamento, y por ahí se ha colado esa energía solar que ahora sube y baja, hace ondas, y cortinas, que aparece y desaparece por donde quiera que se mire la cúpula celeste.
‘Click’, ‘click’. Cada 12 segundos las cámaras van archivando lo que se ve, y lo que no se ve, pues el ojo humano es incapaz de distinguir frecuencias que si captan las máquinas digitales. Es un buen botín fotográfico que, simultáneamente, con cámaras de vídeo, se está retransmitiendo por todo el planeta vía internet. “¿Véis? Ahora podéis experimentar sobre el terreno para lo que sirve la trigonometría: para medir la altura de las auroras polares, por ejemplo”, les explica Federico a los adolescentes, muy lejos en esos momentos de la pizarra en la que aprendieron ese farragoso asunto matemático.
Corre un viento polar que no respeta a los expedicionarios. Que cala hasta los huesos y solidifica la sangre. La Luna se va ocultando en el horizonte. Nadie quiere dejar su puesto aunque ya hace rato que pasó la media noche. ‘Click’, ‘click’… La actividad boreal no sabe de horarios.
Para la siguiente jornada, la prioridad del equipo Shelios ya estaba programada: divulgar lo que, durante horas, llenó el cielo groenlandés. Procesar las imágenes y enviarlas por internet para que se supiera que la Expedición había cumplido sus objetivos.
De regreso a España, en la primera semana de septiembre, a Miquel Serra-Ricart y parte de su equipo les espera la próxima expedición: del 30 de octubre al 8 de noviembre viajan a Kenia para poder transmitir, el día 3, un eclipse de Sol total desde el Parque Nacional Sibiloi, la costa nororiental del Lago Turkana.
Pero en Groenlandia no habrá otra noche igual a la de esas auroras en la Bahía de Tassiusaq. Como en otras ocasiones, sólo echan de menos a Carla Mendoza, la niña enferma que les acompañó en 2009 a ver un eclipse solar en China. Carla soñaba con ver auroras en la tierra de hielo, pero falleció antes de ver cumplido ese sueño. Por ella, la expedición lleva su nombre.
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