Un día en ‘La Monumental’ de los neandertales


Rosa M. Tristán (Pinilla del Valle)

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Casi todos los años me gusta dar una vuelta por el yacimiento neandertal de Pinilla del Valle. El año pasado estuve allí con Juan Luis Arsuaga, que me habló de cuando era niño y soñaba con ser un hombre prehistórico. Este mes de septiembre mi maestro de ceremonias fue otro codirector del yacimiento, el arqueólogo Enrique Baquedano, director también del Museo Arqueológico Regional de Madrid. Y Enrique me reservaba una gran sorpresa.

Fue hace unos días, en una de estas calurosas jornadas que nos ha regalado el fin del verano. Allí, en una cueva que ya no lo es porque perdió su techo, la Des-Cubierta, trabajaba aprovechando sus últimos días de campaña un equipo de investigadores. Unos pocos del largo centenar que han excavado allí esta campaña.

Lo que de allí están sacando es fascinante para cualquiera que le interese nuestro pasado: decenas de astas de toros prehistóricos! Algunas troceadas por el paso del tiempo, otras casi enteras. Y todas en un mismo sitio, junto a un enterramiento, con hogueras cerca. Los detalles, los he publicado en El Huffington Post, en este linkhttp://www.huffingtonpost.es/2013/09/26/yacimiento-des-cubierta_n_3994690.html?utm_hp_ref=es-ciencia-y-tecnologia, que, claro, os recomiendo leer y compartir.

Aunque no soy taurina, me gustó el nombre que habían puesto a ese lugar: La Monumental! Y es que es Pinilla del Valle ya es de por sí un monumento a la riqueza paleoantropológica de Europa. «¿En qué otro lugar hay tres yacimientos con restos de neandertales tan cerca?», me preguntaba Baquedano, sabiendo ya que la respuesta era ‘en ninguno’.

Como lo explico en El Huffington Post, no voy a entrar en las hipótesis que manejan los investigadores (y por cierto, el tercer codirector es el geólogo Alfredo Pérez: paleontólogo, arqueólogo y geólogo) pero, desde luego, de todas las opciones, la más impactante, de confirmarse, es la que postula que se trata de una acumulación con un significado ritual, lo que explicaría que esté tan cerca del enterramiento de una niña (bueno, podría ser un niño, no se sabe con certeza).

Mucho trabajo hace falta aún para llegar a una conclusión, como  reconocía el arqueólogo soriano, que este verano también ha participado en la campaña en Olduvai, pero lo cierto es que cada vez se encuentran en el comportamiento de nuestros parientes extintos más semejanzas con lo que fuimos nosotros.

Como mi curiosidad es insaciable, quise ir a ver las piezas que habían ido rescatando durante el mes largo de excavación, y que se encontraban a pocos kilómetros, en la residencia Los Batanes, de El Paular, a la vez alojamiento y laboratorio del equipo. La cantidad de cajas de cartón que se cumulaban en sus salas era impresionante. Todas llenas de bolsas de plástico, cada una con la referencia del lugar exacto en el que se halló cada fragmento de fósil. Algunos enormes, como los cuernos colmatados en una pieza; otros diminutos, de pequeños topillos y largartijas. Meses y meses de trabajo para limpiar, pegar, clasificar…. y lo deseable sería que para mucha gente, aunque ya sabemos cómo anda la ciencia en España…

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A la vuelta, en el recorrido por el Valle de los Neandertales, como quiere ‘rebautizarse’ el Valle de Lozoya, no era difícil imaginar a aquellos humanos fuertes, cazadores de primera, poniendo trampas entre la floresta para hacerse con uno de esos toros, o agazapados con sus lanzas detrás de los árboles, a ser posible, como me comentaba Baquedano, con el ánimo de que cayera uno de los uros más viejos, los enfermos, los que eran más fáciles de capturar.

Pasmado -recordaban algunos de los excavadores- se quedó el torero Cayetano Rivera cuando, este verano, invitado por Arsuaga (ver foto en El Huffington Post) comprobó la envergadura de aquellas cornamentas de más de un metro. Como para ponerse delante, debió pensar.

Ojalá este Valle se convierta, con el futuro Parque Arqueológico, en un ejemplo más de que la ciencia genera desarrollo también en las zonas rurales, hasta a los lugares más recónditos. Y sin necesidad de grandes urbanizaciones, sin destrozos en un medio ambiente que, por increíble que parezca, se ha salvado de momento de la voracidad constructora. Y que así siga.

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