El calor es asfixiante, polvoriento, reseco. Para llegar hasta allí hace falta subir por una pista de tierra, ya cerca de Torrejón de Velasco, que sube y sube sin una mala sombra en la que cobijarse. Es el murmullo de una voces el que sirve de guía para encontrar, metidos varios metros en un agujero, a un grupo de paleontólogos trabajando bajo la tenue sombra de una lona. Sudando la gota gorda.
Son los yacimientos madrileños de Cerro de los Batallones, el lugar que nos ha descubierto que esta región era, hace nueve millones de años, en el Mioceno, un paraíso para la fauna salvaje que hoy sólo imaginamos en la África profunda. Una sabana pantanosa recorrida por animales que acabaron cayendo en trampas naturales que, como un queso gruyére, había dejado la erosión en el terreno.
El paleontólogo Manuel Salesa, ex contratado Ramón y Cajal (uno más de los que han dejado fuera del sistema de ciencia en este país y ya anda buscando nuevo destino fuera), me cuenta que fue la explotación de una mina de sepiolita (mineral usado para los excrementos de los animales domésticos) la que propició el hallazgo en 1991. Y ahí está desde entonces, trabajando en el equipo de Jorge Morales, a su vez paleontólogo en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) y director del proyecto.
Salesa y su grupo andan escarbando en el Batallones 3 (hay hasta 10 yacimientos investigados, nueve con fósiles) pero reconoce que no hay mucho que rascar en ese enclave, que la estrella es ‘Batallones 10’, otro agujero a menos de un kilómetro, al que nos acercamos en su coche, tras despedirnos del paeloartista Mauricio Antón. Coincidir con Antón aquí es un privilegio porque es uno de los ilustradores científicos que mejor ha sabido mostrarnos cómo era el pasado en lugares como este árido territorio que hoy pisa el Laboratorio para Sapiens.
Batallones 10 también está protegido del Sol por una malla pero, de cuando en cuando, una ráfaga de viento abrasador mete el polvo hasta las entrañas, tapona la nariz, ciega los ojos. «La campaña dura un mes. La primera quincena éramos 40 personas, pero ahora sólo 25 porque el dinero no da para más. La situación está muy mal. El ‘corralito’ del CSIC nos ha dejado en la estacada. Menos mal que la Comunidad de Madrid nos subvenciona la excavación», me cuenta Morales, el investigador que ha escrito el nombre de Cerro Batallones en una página de la Paleontología mundial.
Tras su ‘menos mal’ se esconden, no obstante, unos recursos tan míseros que el personal de excavación (la mayoría universitarios) deben traerse la comida en una tartera y venir en vehículos privados, costeándose el combustible. Las cuentas no dan para más tras los ‘mordiscos’ que recibe la escuálida ayuda pública: a los 18.000 euros de subvención autonómica le quitan un 21% de IVA (que curiosamente luego recupera el CSIC, nunca el proyecto), un 16% para el Museo Nacional y un 3% más para el CSIC. Total, un 40% menos, apenas 10.000 euros que no dan para mucho.
«Lo importante es darle continuidad al proyecto porque es un yacimiento muy rico, con muchos fósiles y muy bien conservados», explica Morales. A sus pies, la restauradora Marina Ríos lleva días sacando con cuidado parte del esqueleto de una jirafa primitiva (de cuello corto), que aún no sabe si será o no una nueva especie para la ciencia.
El listado de hallazgos en estos agujeros es impresionante: jirafas, rinocerontes, mastodontes, antílopes, ciervos, tortugas gigantes… Y eso que los yacimientos 7 y 9 no los han excavado, dado que ya tienen trabajo de sobra con los tres abiertos este año (Batallones 2, 3 y 10) . «Además, en el futuro puede haber mejores técnicas», añade Morales.
Claro que para ello deberá haber científicos españoles en el futuro, algo que se están poniendo muy negro en este país en el que el ladrillo sigue siendo la apuesta.
Del estudio de los hallazgos, que se han ido publicando a lo largo del tiempo, se desprende la inusual acumulación de carnívoros (hasta el 95% de los restos lo son) en los niveles inferiores de los socavones, mientras que en los superiores hay más herbívoros.
Sólo en Batallones 10 llevan ya recogidos más de 5.000 fósiles, que sumar a los 16.000 de Batallones 1 (terminado de excavar) y Batallones 3 (donde van otros 11.000). «Los carnívoros eran ágiles y podían saltar al agujero por la comida o el agua, pero luego algunos no podían salir, por eso pensamos que hay tantos restos suyos», argumenta el responsable del yacimiento, con cuyo apellido fue bautizada una especie de roedor encontrada en el Cerro, ‘Hispanomys moralesi’.
Las fuerzas comienzan a decaer según pasan las horas y el Sol pierde fuerza, pero sigue sin bajar la temperatura ambiente. Menos mal que el presupuesto dio para una caseta (antes había una por yacimiento, ahora no) en la que guardar el agua fresca, junto con los huesos. Como el CSIC ha estado cerrado por vacaciones (sus trabajadores no cierran), el material se acumula en cajas de plástico que habrá que trasladar cuando abra sus puertas.
El tercer agujero en activo, Batallones 3, está en una ladera, frente al valle por el que baja el arroyo Guaten. En un primer vistazo, llama la atención un enorme caparazón de tortuga, a punto de ser extraído, los huesos de una pequeña hiena y el cráneo de un carnívoro. Pero en las paredes se ven otros restos aquí y allá, aún pendientes de su excavación. «En este lugar tenemos que acabar pronto porque hay mucho peligro de erosión, pero en general se trata de nueve yacimientos del Mioceno con unas cantidades únicas de fósiles. Nos proporciona un paisaje impresionante, anterior a la presencia humana«, apunta Morales, mientras examina los fósiles que acaban de despuntar en el terreno.
El ruido de los picos, cinceles y paletas no logra acallar a las chicharras, que se ventilan sin parar alrededor del agujero. Hay tanto que rescatar que no hay tiempo para pararse a descansar. Algunos de los jóvenes excavadores incluso han venido de otros países donde nunca hubieran podido trabajar entre tanto fósil. Pero ahora, la campaña está a punto de terminar. Todos con el ánimo de poder volver al año que viene, a ver si es verdad.