ROSA M. TRISTÁN
Hace años que conocí a José Esquinas. Entonces estaba en la Organización Mundial de la Alimentación y la Agricultura (FAO), tratando de evitar que el mundo perdiera biodiversidad alimentaria. Seguimos en ello desgraciadamente, pero mucho menos gracias a su trabajo. José Esquinas es ahora el único catedrático de Estudios contra el Hambre y la Pobreza que hay un España, un puesto que ocupa en la Universidad de Córdoba.
Es lo que hasta, antes de ayer, llamábamos primer mundo, frente a los que vivían al sur y llegaban a nuestras fronteras en busca de un futuro. Exactamente lo mismo que buscan hoy miles de españoles en el extranjero, los mejor formados, los más listos, los dispuestos a cambiar para mejorar. Y eso es todo lo contrario que bueno, pese a lo que hemos tenido que oír a una política, de esas que salieron un día elegidas para dirigir este país.
Esquinas no ha sido elegido por nadie con votos democráticos, ni lo será nunca porque no es político, pero mantiene intacta su conexión con quienes peor lo están pasando. Por eso sabe que no hay futuro si seguimos consumiendo sin sentido, si no nos importa que nuestra ropa huela a muertos de Bangladesh, ni que nuestra comida viaje 10.000 kilómetros para acabar en el cubo de la basura. Y sobre todo si no cambiamos a una clase política que es incapaz de asomarse al balcón de su despacho para ver que pasa por ahí fuera, no sea que un hambriento le pida limosna.
De todo ello y mucho más me habló en la reciente entrevista que le hice para el periódico ESCUELA, que aquí comparto con vosotros…. «El hambre no es contagiosa, pero si peligrosa», asegura. El mensaje de un sabio que no debiera caer en saco roto.
AQUÍ VAN LOS LINKS. ABAJO LA ENTREVISTA ENTERA, PRIMERO, Y EL TEXTO DESPUÉS
JOSÉ ESQUINAS / Ex directivo de FAO y catedrático de Estudios contra el Hambre
“DEBEMOS CONVERTIR EL CARRO DE LA COMPRA EN UN CARRO DE COMBATE POR EL MEDIO AMBIENTE, LA JUSTICIA SOCIAL Y LA BUENA NUTRICIÓN”
Durante 30 años, el ingeniero agrónomo José Esquinas ha sido el referente español en la Organización Mundial de Alimentos (FAO) de Naciones Unidas. Gracias a su trabajo, hoy existe un Tratado Internacional de Recursos Fitogenéticos que protege la biodiversidad agrícola en el planeta y palabras como ética o soberanía alimentaria ya no son exclusivas de organizaciones al margen de los Gobiernos. En 2012, recibió el Premio FAO, que le entregó la Reina Sofía.
En la actualidad, Esquinas dirige la cátedra de Estudios contra el Hambre y la Pobreza, en la Universidad de Córdoba, y participa ya en la preparación de la Exposición Universal de Milán de 2015, cuyo lema será “Alimentar el planeta, energía para la vida”. Preocupado por el devenir de la educación, como padre tardío de una cría de 5 años, cree que “los niños deben educarse como ciudadanos, no como súbditos” y que es importante enseñarles “que el futuro está por construir” desde la responsabilidad y la solidaridad.
P.- Hace décadas que se habla de luchar contra el hambre. Ahora, nuestra tecnología llega a Marte, nos enteramos de lo que ocurre en la aldea más perdida de África ‘on line’ pero ¿hemos avanzado algo en este tema?
R.- En términos absolutos hay más hambrientos que antes, pero hemos avanzado un poco en porcentaje. Los Objetivos del Milenio preveían que se redujesen un 50% para 2015 y el proceso era de reducción hasta 2008, cuando la crisis alimentaria aumentó su número un 20% y se superaron los mil millones de hambrientos. En 2011 hubo otro repunte y habrá otro en 2013. Estamos hablando del 20% población actual y de 17 millones de muertos como consecuencia de la malnutrición al año. Sólo en el transcurso de esta entrevista, habrá 40.000 fallecidos y eso es, sin duda, la mayor vergüenza de la Humanidad porque a la vez, en un día, gastamos 4.000 millones de dólares en armamento. Pero para resolver el problema no hay que aumentar la producción de alimentos, como defienden algunos. Según la FAO, se produce para dar de comer a un 70% más, pero esos alimentos no llegan a todos por un problema de acceso. Se tira mucho y se especula financieramente con la comida. En los países pobres se gasta de media el 70% del salario en alimentos; por ello, si aumentan los precios en el mercado internacional, no pueden pagar. Para luchar contra el hambre hay que apoyar la producción local, basada en los pequeños agricultores.
P.- Sigue sin ser una prioridad. ¿Hasta cuándo? La crisis económica no ayuda…
R.- Lo que no hay es voluntad política. Recuerde lo que se gastó cuando se conocieron los casos de gripe A. Y han muerto por esa enfermedad unas 17.000 personas en tres años, la mitad de los que fallecen al día de hambre. El hambre no es contagiosa, pero es una gran miopía política no ver que es peligrosa. Cuando la crisis de 2008, hubo revueltas en más de 60 países y cayeron varios gobiernos. En 2011, el aumento del precio del pan desencadenó la oleada de violencia que originó la ‘Primavera árabe’. Está claro que la seguridad alimentaria es un prerrequisito para la paz y seguridad mundial.
P.- Quienes toman las decisiones son los representantes políticos elegidos por la sociedad, que debe demandarlo. ¿Hasta qué punto somos conscientes de las consecuencias para las generaciones venideras?
R.- Somos corresponsables desde el momento que conocemos la situacióPn. Debemos actuar como ciudadanos del mundo, pero no lo hacemos. En un mundo pequeño y globalizado ya no cabe ser español o etíope, porque el mundo entero va por el mismo derrotero y al niño hay que formarle como ciudadano del mundo. Mostrarle que todos somos pasajeros de una aeronave, la Tierra, con una despensa limitada, que son los recursos naturales. Si en ese barco hay un agujero, da igual donde esté; se hunde. La globalización no es buena o mala ‘per se’, sino cómo se hace. Hoy, el concepto de solidaridad es equivalente al de egoísmo inteligente y aunque sólo fuera por él, hay que acabar con el hambre, algo que no se consigue sin lograr la soberanía alimentaria. Hay que enseñar a los niños que nuestra generación vive cambios inimaginables: tecnologías, viajar a otros planetas o hacer llegar la voz a millones de kilómetros. Y que hemos cogido en las manos el volante de la evolución -ya no actúa la selección natural – y hemos cambiado la faz de la Tierra, pero también eso mismo nos da una enorme responsabilidad, porque el destino del mundo depende del ser humano.
P.- Y ¿cómo los profesores pueden afrontar este reto?
R. – No se trata de agobiar a los niños, pero si educarles en la responsabilidad. Y no en una asignatura, sino en todas, porque se están formando en un mundo donde tienen más libertad que nunca. Es como el chiste del piloto que avisa al pasaje: “Señores, nos hemos perdido, pero no se preocupen, mantenemos una velocidad excelente”. Nosotros somos pasajeros de la Tierra y vamos a la deriva, conducidos por el mercado, la banca, la tecnología… y no sabemos adónde queremos ir porque usamos instrumentos sin alma. Creo que utilizando bien la ciencia, los mercados, poniéndolos a nuestro servicio, podríamos transformar la Tierra en un paraíso, sin poner la Humanidad por debajo de la economía. Ese es el objetivo. Así que debemos transmitir a los niños que el futuro está por construir. Suena utópico, pero también lo era acabar con la esclavitud hace 200 años, y se abolió. Unamuno decía que una utopía deja de serlo cuando cinco personas la creen posible y pasa a ser una posibilidad. Así que hay que enseñarles que se puede construir el mundo en el que se sueña. En definitiva, educarles en valores, porque no estamos ante una crisis económica o financiera, sino ética, y es la ética la que nos dice lo que debemos hacer. La ciencia sin conciencia es la ruina del alma. Además, para saber adónde vamos tenemos que consensuar y ahí tienen un gran papel las escuelas, porque si los niños se sienten partícipes del futuro, pueden soñar con lo que podría ser.
P.- ¿Qué piensa cuando ve ahora muchas familias españolas acuden a bancos de alimentos? ¿Cuándo no pueden pagar ni el comedor escolar?
R.- Lo que ocurre aquí ahora lleva mucho tiempo sucediendo en otros países. Hemos de aprovechar la crisis para aprender, corregir la cultura del despilfarro, que seguimos manteniendo. En 2012, España fue el séptimo país de Europa en despilfarro de alimentos, pese a la crisis. Tiramos a la basura 170 kilos de comida por persona al año, del 30% al 40% de lo que compramos, y el 15% sin abrir siquiera. Por ello creo que debemos aplicar el lema de la Cumbre de Río de Janeiro: “Piensa globalmente y actúa localmente”, porque nosotros pagamos la crisis en parados, pero en otros países lo hacen en muertos. Y por ello, reducir la ayuda al desarrollo es una barbaridad aunque haya crisis. Cuando se reduce el PIB en un país, se reduce en automático la ayuda al desarrollo, porque es un porcentaje. En España, era algo superior al 0,5% hasta 2011. Si reduces ese porcentaje a la mitad, como se ha hecho, reduces el esfuerzo de un pueblo para ayudar a los que menos tienen. Es mezquino, pero es lo que estamos haciendo.
P.- ¿Y se lo ha dicho a los responsables institucionales?
R. -Si no con esas palabras, con otras parecidas. Yo no tengo pelos en la lengua.
P.- Mucho tiene que ver también la falta de biodiversidad alimentaria; los niños de hoy ¿vivirán en un mundo más empobrecido o la tecnología ayudará a comer mejor?
R.-Desde principios del siglo XX se ha perdido el 90% de la biodiversidad agrícola. Es algo muy grave porque es la despensa de la Humanidad, la materia prima de la producción de alimentos. En el siglo XIX, la patata irlandesa cogió una enfermedad. Como consecuencia, dos millones de irlandeses murieron de hambre y otros tres millones tuvieron que emigrar a Estados Unidos. El origen de esa hambruna estaba en la falta de biodiversidad de la patata, porque a Europa sólo había llegado una especie de América Latina. Así que los expertos volvieron al origen y encontraron que en América las patatas no eran redondas y marrones, sino que había una inmensa diversidad de formas y colores y que resistían las enfermedades. En 1972, volvió a pasar en Estados Unidos con el maíz, y la resistencia se encontró en África.
P.- Ahora se recurre a la biotecnología. Muchos confían en ella.
R.- Pero lo que hace es la tecnología es transferir genes de resistencia a algunos alimentos que ya existen en la naturaleza. Los bloques de construcción son biológicos. Por ello, la clave es la biodiversidad: es un seguro hacia el futuro, y más en un tiempo de cambio climático. No podemos saber qué enfermedades habrá, pero sí que en la uniformidad no es posible seleccionar. Y los países pobres son a la vez los más ricos en diversidad biológica agrícola. De todo esto se concluye que somos interdependientes. Así que la cooperación internacional no es una opción, es una necesidad ineludible. Fue en el siglo XX cuando se produjo la Revolución Verde y cuando se perdió el 90% de la biodiversidad del mundo.
P.- Eso fue lo que propició el Tratado Internacional de Recursos Fitogenéticos, del que fue usted impulsor en FAO, y supongo que de lo que se siente más orgulloso.
R. Ciertamente, me siento muy orgulloso. Cuando empecé en la FAO, a finales de los años 70, propuse la necesidad de tener un acuerdo que garantizara el acceso de todos los países a la diversidad biológica y la distribución justa de beneficios. Entonces me llamaban utópico. El Tratado tardó 25 años en negociarse, pero ya lo han ratificado los parlamentos de 136 países.
P.- ¿En qué ha cambiado la situación, desde que se aprobó en 2001?
R.- En muchas cosas. Ahora cualquiera puede acceder a esa materia prima natural, pero nadie puede apropiársela, nadie puede patentar variedades tradicionales, ni los bloques de construcción biológicos. Si que se pueden patentar nuevas variedades, pero si se obtienen beneficios de utilizar ese material, hay que pagar a una institución internacional entre el 0,5% y el 1,1% de esos beneficios para financiar proyectos y programas en los países en desarrollo. Y, además, el Tratado recoge los derechos de los agricultores tradicionales, como custodios de la diversidad biológica, la protección de sus conocimientos y su participación en esos beneficios y en la toma de decisiones políticas a nivel nacional en lo que afecte a estos recursos. El director general de la FAO reconoció que era el tratado más importante negociado nunca en el marco de esta organización.
P.- ¿Se evitará así un planeta empobrecido?
R.- No. No debemos olvidar que cada año entre 10 y 15 millones de hectáreas son deforestadas y seis millones pasan a ser áridas, lo que reduce esos recursos naturales. Así que estamos dejando a los hijos una herencia envenenada. Es un robo, porque les reducimos sus opciones de futuro. Y las generaciones futuras ni consumen ni votan, sus intereses no están representados en el mercado. De hecho, el equilibrio entre oferta y demanda es una falacia en los recursos naturales porque la oferta es para todas las generaciones y la demanda es sólo para la actual, que es la que consume ahora. Estamos confundiendo valor con precio, así que habrá que establecer correcciones al sistema. Por ejemplo: si compro una manzana, no sólo tengo que pagar la manzana, sino el coste de conservación de la tierra, el agua, el aire y la diversidad biológica, que permitirán a mis hijos seguir comiendo manzanas. Una propuesta interesante es la del Defensor de las Generaciones Futuras, una figura que tendría que estar en los parlamentos y en Naciones Unidas. Ese ‘ombushman’, cada vez que se discutiera una ley, debería platear cómo afectaría al futuro.
P.- ¿Existe esa figura en algún sitio?
R.- En los países nórdicos se debatió bastante, en Hungría se llegó a desarrollar y ahora mismo sigue en discusión en otros países. Pero llegará a cuajar, porque es una voz pública que evitará esa falta de representatividad de nuestros hijos. Y todo esto debe aprenderse en las escuelas.
P.- ¿No es demasiada responsabilidad para los docentes?
R.- Es función de los educadores, pero ahí también incluyo a los padres y la sociedad en su conjunto, todos los que favorecen que desarrollemos más los aspectos negativos o los positivos. Desgraciadamente vivimos en una sociedad que fomenta el egoísmo individual. Ser conscientes de que los recursos naturales son limitados, de que el hambre mundial nos afecta, ayudará a comprender que es preciso compartir, que hay que reducir la huella ecológica. No puede ser que España acabe con los recursos naturales que le corresponden para un año el 19 de abril, como ocurrió en 2012. El resto del año vivimos de prestado en un planeta que estamos vaciando. Por ello, en el siglo XXI el concepto de solidaridad se hace equivalente al de egoísmo inteligente, aunque sólo sea para salvar a la Humanidad. Y por ello hay que enseñar a los niños a tener visión de futuro. Ahí coinciden los intereses de los hijos de Rajoy y de Zapatero. Del español y del africano.
P.- Si fuera ministro de Educación ¿qué asignaturas incluiría en el programa escolar?
R.-Lo más importante sería formar ciudadanos del mundo, no pequeños egoístas españoles. Y echo de menos la educación en nutrición, en medio ambiente, en interdependencia y cooperación, en ética y valores humanos. Haber nacido en España u otro país es una casualidad. Y educar en la diversidad es un valor que no va contra la unidad. Diversidad de culturas, de colores, de tecnologías… frente a la uniformidad que os hace vulnerables. Pero, además, enviaría a todos los niños un año al extranjero, a un país en desarrollo. Nunca sabrás quién eres si no te comparas con los demás, ni valorarás las cosas de forma objetiva. También les pondría en contacto con la naturaleza, que es volver a los orígenes. El ser humano evolucionó a lo largo de un millón de años en un ambiente rural, pero en dos siglos nos hemos metido en el zoológico que es la ciudad. Y luego les pondría internet y otras tecnologías, porque se trata de utilizar los instrumentos del presente y los valores del pasado.
P:- Pues este programa es bastante diferente al que propone el ministro de Educación en la reforma de la enseñanza.
R.- Es que no podemos buscar soluciones que dividen, con una visión a corto plazo. Es importante conocer el pasado para aprender hacia el futuro. Tener las tecnologías y la ciencia como instrumentos y la ética como objetivo. O sea, transformar la Tierra en un paraíso. Y los valores fundamentales los resumo en la palabra SEDA: un desarrollo basado en la Sostenibilidad, en la Ética, en la Diversidad y en la Armonía entre todas las especies.
P. Suena muy bien, y ambicioso. Tan grande que da la sensación de que no podemos hacer nada a nivel individual. Cunde la sensación de impotencia.
R.- Quien cree que no puede hacer nada por ser pequeño es que nunca ha dormido con un mosquito en la habitación, y ahora nos toca no sólo ser mosquitos sino, a ser posible, moscas cojoneras. Es lo que ha hecho el 15-M. Ha denunciado, incordiado, y eso levanta ampollas. El niño debe aprender a cuestionarse las cosas. Y se puede actuar localmente, sin tirar comida, ahorrando el agua… Son cosas que también deben enseñar los maestros. Y hay que convertir el carro de la compra en un carro de combate porque todos somos consumidores y, nos guste o no, el consumo es el motor de la sociedad. Si elegimos productos buenos, que no se produzcan de forma injusta a nivel social, que no dañen el medio ambiente, entonces las empresas los ofrecerán. Hoy sabemos de dónde viene todo lo que compramos, así que ahí podemos influir. El objetivo final es pasar de ser súbditos a ser ciudadanos, como dice Federico Mayor Zaragoza. Los niños deber ser educados para ello.
P:- Ahora, desde su cátedra de Córdoba, única en España, ¿Qué proyectos tiene en marcha?
R.- Organizamos seminarios internacionales. El primero fue sobre seguridad alimentaria, el segundo sobre soberanía alimentaria, el tercero sobre biodiversidad biológica y el reto del cambio climático y el último, el pasado mes de diciembre, lo dedicamos a los cultivos del siglo XXI que están infrautilizados. Según datos de la FAO, los humanos hemos utilizado en nuestra historia entre 7.000 y 8.000 especies para nuestra alimentación y hoy usamos únicamente 150. De ellas, cuatro (trigo, arroz, maíz y patata) contribuyen con más 60% a la aportación calórica humana. Promover otros cultivos permite luchar contra el hambre, afrontar cambios climáticos y, además, diversificar la dieta, que también es un problema. Desde 2005, el número de sobrealimentados ha superado los mil millones, lo que es un grave problema de salud. Todos estos seminarios acaban con una declaración oficial. El Gobierno envió las anteriores a la Asamblea General de la ONU, donde se discutieron. También este año, el ministro Arias Cañete se comprometió a llevarla en 2013.Y en esta última se incluye el proyecto de un Defensor de Generaciones Futuras. En definitiva, creo que hay que aprovechar los periodos de crisis para transformarlos en crecimiento, y yo pretendo ser un catalizador de este proceso.
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gracias por el excelente trabajo, Rosa. Conozco bien y admiro a Pepe. Un gustazo leer tu entrevista. Abrazo,
Juanfe
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