Un espacio creado por ROSA M. TRISTÁN para investigar y profundizar en el trabajo y la vida de aquellos seres humanos que aportan sabiduría en este pequeño y maltratado planeta azul
Hace más de tres millones de años, unos primates homínidos del género Paranthropus, una especie similar a los australopitecus pero más robusta, pudieron haber usado herramientas de piedra para ‘merendarse’ hipopótamos. Así se entiende por los hallazgos realizados en el yacimiento de Nyayanga, en Kenia, por un equipo de científicos dirigidos por Thomas W. Plummer, que han publicado sus trabajos en la revista Science.
En realidad, no es la primera vez que se encuentran herramientas de piedra realizadas por especies de un género no humano, echando por tierra la denominación de Homo habilis que el famoso paleontólogo Louis Leakey dio -por esa facultad- al más antiguo representante de nuestra rama, pero si parece confirmar que la llamada tecnología Olduvayense (nombre que debe a haberse encontrado en la Garganta de Olduvai) o de Modo 1, era más antigua y estaba más extendida por ese continente de lo que se pensaba.
En las excavaciones del equipo de Plummer, al sureste del país, encontraron 330 artefactos en la parte superior del yacimiento, otros 135 ‘in situ’ en la excavación y 195 más en la superficie. También había 1.776 fósiles de animales, de los que la mayoría eran de hipopótamo, sobre todo en dos de las secciones. También había bóvidos, cocodrilos, roedores… Junto a las herramientas y los restos de hipopótamos, que tenían señales de haber sido manipulados para sacarles provecho, unos molares del homínidos parántropos, esos primates que vivían en la sabana y tenían un cerebro de medio kilo. Es muy posible, señalan los autores, que fueran ellos, tan similares a los chimpancés, quienes usaron los utensilios de piedra que habrían fabricado previamente para aprovechar mejor la carne o la médula de los huesos, aunque no se puede descartar que esas piezas talladas a golpes fueran obra de algún temprano Homo habilis que ya rondara por la zona en aquel pasado remoto.
En todo caso, lo que si está claro es que al menos 600.000 años antes de lo que sugerían otras evidencias, ya se utilizaba esta tecnología primitiva en África. Mencionan los investigadores que hasta ahora los yacimientos de herramientas olduvayenses más antiguos que se conocían tienen unos 2,6 millones de años y todos eran de la zona de Afar, en Etiopía. Es verdad que se olvidan de algún otro hallazgo que se explica más adelante. A pesar de su naturaleza rudimentaria, estas herramientas de piedra de bordes afilados, diseñadas intencionadamente, fueron la primera tecnología duradera y extendida geográficamente. Todo un éxito para la especie que lo logró. Como no hay muchos yacimientos en los que se hayan encontrado, aún no se comprende bien cómo fue su origen y su distribución.
En Nyayanga, con varios métodos diferentes, ha datado los restos en fechas entre tres y 2,6 millones de años. Las herramientas no sólo fueron usadas, según han averiguado, para procesar los hipopótamos y otros bóvidos de los que han encontrado restos, sino también vegetales. Además, una de las dos muelas de homínidos encontradas estaba junto a estas piezas de piedra, lo que aumenta la posibilidad de que las usaran e incluso las fabricaran.
Entre los hallazgos anteriores que no mencionan destacan las herramientas de piedra encontradas en 2012 en el yacimiento de Lomekwi 3, también en Kenia, con una antigüedad de 3,3 millones de años, que se asociaron en su día a los Australopithecus afarensis, que vivieron hace entre 3,9 y 2,9 millones de años en esa zona, o al Kenyanthropus platyops, un homínido que también habitaba allí hace entre 3,5 y 3,2 millones de años. Por la forma en que estaban talladas estas piedras se llegó a precisar que quienes las fabricaron estaban de pie, sujetando una piedra en una mano y golpeándola con otra, a modo de martillo, hasta conseguir un borde afilado con el que cortar plantas o carne de animales. Si que mencionan el caso de Gona (Etiopía), donde también se han encontrado herramientas que se puede asociar a los Australopithecus garhi o a los Paranthropus aethiopicus.
En el caso de Nyayanga, han comprobado que los artefactos se usaron para cortar, raspar y machacar tejidos de grandes mamíferos y plantas, lo que demuestra que desde el principio se los usaba para muchas acciones que facilitaban acceder a una amplia gama de alimentos. Como se han localizado tanto más norte como más al sur del continente africano, parece que era una tecnología muy flexible, con propiedades que la hacía útil ya fueran en hábitats de bosques o de sabana.
Los autores aseguran que, aunque hubiera otras herramientas no hechas por humanos que ya se conocían, estas nuevas evidencian que al menos 600.000 años antes de lo que se pensaba ya había un procesamiento de plantas y grandes animales, mucho antes de que el cerebro de los primates aumentara, hace unos dos millones de años, para evolucionar hacia lo que hoy somos. Además, otros trabajos ya habían señalado que por la biomecánica de la mano de los australopitecos y los parántropos eran capaces de fabricar herramientas. En definitiva… Igual los Homo habilis no fueron tan pioneros…
El mundo tiene un agujero que supura tristeza por el sur del planeta. Andrés Barbosa, científico, pajarero, músico… Cuánta sabiduría y cuánto interés en compartir sus conocimientos tenía Andrés Barbosa, el investigador que ha fallecido tras una enfermedad, el cáncer, que en poco tiempo no le dio opción de salir adelante. “Y no será porque no hago una vida sana”, me decía hace unas pocas semanas, en una de esas ocasiones -ahora me parecen pocas- en las que contacté con él para compartir alguna información de ese continente gélido que nos unía. Ya no recuerdo la primera vez que entrevisté a Andrés, seguramente cuando estaba en la sección de Ciencia de El Mundo, pero si cuando le conocí más personalmente, al hilo de su apoyo incondicional al Trineo de Viento, del explorador Ramón Larramendi. Aunque en el hielo interior que recorre este vehículo polar no habitan los pingüinos, a los que tantos años dedicó, como gestor del programa polar español –es decir, responsable de coordinar los proyectos científicos de cada campaña antártica- entendió enseguida las muchas posibilidades que para sus colegas en la ciencia tenía ese fascinante diseño. Que no contaminara le parecía una maravilla.
Biólogo de formación, la de este año iba a ser la 16 campaña polar antártica de este científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN). De nuevo, iba para investigar sobre esos pingüinos a los que dedicó más de media vida y un buen número de artículos científicos de impacto mundial, convirtiendo a esas aves polares en auténticos vigilantes de la salud de la Antártida y, por ende, de la vida en el planeta. El periodista José Miguel Viñas, que coincidió con él en ese continente, le llamaba “el hombre que susurraba a los pingüinos” en un artículo.
No tuve la suerte de coincidir con él en mi viaje al sur, pero tuvo mucho que ver en que fuera posible. Andrés fue quien me dijo cómo solicitarlo y quien me avisó cuando salió la convocatoria en ese maremágnum de web del Ministerio de Ciencia. También fue una de las personas que antes de irme, en enero de 2020, se reunió conmigo para darme consejos imprescindibles. “Y, por supuesto, que te lleven a la pingüinera de Isla Decepción”. Y lo hice y le enviaba fotos para que viera que había cumplido. Además, allí me hice adicta a ‘pingüinear’, una afición que dudo que pueda recuperar. Me pasaba horas observando el comportamiento de esos seres a los que, como nos reveló Andrés, estamos ‘trufando’ de microplásticos, mercurio y otros venenos,l mientras les quitamos el krill del que se alimentan y derretimos su inmensa casa.
Este año 2023, tenía previsto volver con el proyecto PERPANTAR, para estudiar, como me contaba cuando le llamé para saber de la campaña antártica de este año, sobre la personalidad de los pingüinos. Con su equipo, el objetivo de PERPANTAR era instalarles emisores y ver así por donde se mueven, quienes son los más avispados y los menos atrevidos. Era una nueva fase dentro del proyecto PINGUCLIM con el que llegó a la Antártida 20 años antes para analizar los múltiples impactos que el cambio climáticos y la contaminación povocan en estos animales. Allí volvía una y otra vez hasta convertirse en un ‘crack’ en lo suyo, que fue siempre la defensa de la biodiversidad, la misma que le llevó a ser miembro del grupo de Aves y Mamíferos Marinos del SCAR (el comité científico que coordina todo lo que se investiga en la Antártida). Cuando hablamos de los planes para este año, ya sabía que no iría pero sabía que el proyecto estaba en buenas manos y quería seguirlo en la distancia.
Son muchos los científicos de todo el mundo que ha puesto de relieve la gran pérdida que supone su desaparición, y no sólo como investigador, sino como alguien que siempre estaba dispuesto a echar una mano a los demás, con una sonrisa y con energía suficiente para ir de pingüinera en pingüinera. En definitiva, un buen ser humano. Desde Australia, Chile, Argentina, México, la Eurpean Polar Board, Gran Bretaña o Estados Unidos, la redes se llenan de mensajes de condolencias y recuerdos.
Entre 2017 y 2021, Andrés fue nombrado gestor del Programa Polar español, en definitiva, coordinador de los proyectos que cada institución presentaba para la campaña de cada año, un lío en el que no sumaba más que horas de trabajo y compromiso con la ciencia, a la intensa jornada que ya tenía con sus proyectos en marcha. Cuando se salió de ese lío, el mismo 2021 comisarió la exposición “El museo en la Antártida”, abierta hasta marzo del año pasado, una muestra que acercó el mundo científico español en el sur del mundo al común de los ciudadanos, y especialmente de los estudiantes. “Hay que hacer cantera”, decía.
Y luego estaban sus pasiones más personales, como ese espíritu de ‘pajajero’, por el que empezó de socio y acabó de vicepresidente en la Sociedad Ornitológica Española (SEO/Birdlife), cuyos actos públicos fueron otros lugares de encuentro habitual. Ahí también estuvo hasta el final, asesorando, participando, cuando no andaba perdido por la sierra de Guadarrama –vivía en San Lorenzo de El Escorial- con los prismáticos al hombro buscando pájaros, o con las acuarelas, porque también le gustaba pintar en la naturaleza. También recuerdo que en algún encuentro, más de una vez me comentó que se tenía que ir deprisa porque tenía ensayos o conciertos con la Big Band Toni la banda de su pueblo en la que tocaba el saxo, que tuve la suerte de escuchar en un acto en el MNCN.
Enviada por @Andrés Barbosa
He dejado para el final su parte, quizás, más trascendente, que fue su afán de divulgar, de dar a conocer cómo los humanos estamos impactando a la vida en este mundo y lo importante que es saber lo que pasa lejos pero nos afecta cerca. Puedo decir con poco temor a equivocarme que a cuantos le propusieron eventos, charlas, conferencias, artículos o programas dijo que si, si nada lo impedía. Estuviera en España o en la Antártida. En el propio Museo organizaba Seminarios Polares para el público y para colegas de otras disciplinas que quisieran saber de todo lo que los y las polares españoles hacían por el esos lugares gélidos y desconocidos. Siempre me avisaba. El pasado año tuve la fortuna de compartir con él varios de estos eventos de divulgación, on line o presenciales, y recuerdo especialmente uno en el Museo, en el que ambos hablamos de la contaminación de los océanos ante un grupo de adolescentes que, debo reconocer, parecían poco entusiasmados. “Algo les queda, seguro”, me aseguró ante la inevitable cara de frustración que yo tenía.
Una de las últimas veces que hablamos me dijo que seguía trabajando, hasta el final, aunque a menor ritmo, pero que así mantenía ocupada la cabeza para no pensar en otras cosas, más chungas, y eso le ayudaba. El pasado día 25 publicaba en The Conversation un extenso artículo sobre los 20 años de su proyecto PINGUICLIM, un resumen que se queda corto en el inmenso legado investigador que ha dejado, pero que confirma que su mayor pasión y su vida eran una misma cosa.
Mi último contacto con Andrés fue el pasado viernes 27 de enero. Le había llamado el martes 24 y me contó que estaba «a la espera de cómo responda el organismo», con esa pasmosa y admirable serenidad que hoy me hace admirarle aún más. El viernes le envié a su WhatsApp, como tantas veces de temas polares, el link a un programa en RNE del Comité Polar por si no lo había escuchado… Por primera vez, no tuve respuesta en pocas horas.
Hoy, a la profunda tristeza porque ya no está, se suma ver que los grandes medios de este país, en los que nos enteramos de la muerte de actores, literatos, tertulianos, deportistas de todo pelaje, modistos y estilistas, no han dado la noticia de que ha fallecido un científico ambiental como era Andrés Barbosa, uno de los que más han hecho por diagnosticar durante décadas los males que causamos a esta maravillosa Tierra, alguien cuyos trabajos perdurarán por mucho más tiempo que el de otros personajes más reconocidos por la sociedad.
Los que tuvimos la suerte de conocerte, Andrés, sabemos que son muchas las lágrimas que caen por tí por donde pasaste dejando huella con tu humanidad y tu ciencia. Y los pingüinos de la Antártida, sin saberlo, también te lloran.
Vivimos tiempos convulsos en los que resucitan negacionismos al mismo tiempo que la realidad nos certifica que andamos dando tumbos, arrastrados por un sistema que como bien hemos visto recientemente en Davos o comprobamos en la última Cumbre Climática –el colmo será ver cómo la siguiente la organiza un estado petrolero, los Emiratos Árabes Unidos- . El mismo día que en Alemania se detiene a una activista que marcó un antes y un después en la lucha contra el cambio climático, Greta Thunberg, mientras se manifestaba contra una mina de carbón, el combustible fósil más contaminante, nuevas investigaciones ofrecen datos preocupantes a los que no hay político que pueda poner peros científicos: Groenlandia se derrite como nunca en mil años, cuando andaban por allí los vikingos, y el mundo lo habitaban unos 350 millones de humanos; y la Antártida, calienta.
Desde Chile, el científico antártico Raúl Cordero, envía un trabajo que confirma que el 2022 fue el año más cálido de los registrados hasta ahora en la Península Antártica, batiendo el récord de 2016. En realidad, hubo temperaturas altas en gran parte de la costa del continente, para ese lugar, pero lo de la península, donde precisamente están las dos bases españolas, en sendas islas, es lo más llamativo: hubo una media de casi los 2°C sobre valores normales para la Antártida, donde la tendencia de calentamiento parece imparable: de los 10 años más cálidos registrados desde 1980, seis han tenido lugar desde comienzos de siglo.
A ello se suman esporádicas olas de calor que causan estragos en las plataformas de hielo que contienen sus glaciares, de las que hubo dos: una en enero, que hizo colapsar la plataforma de hielo marino de la bahía Larsen B y otra, al mes siguiente, en la que llegaron a registrarse más de 13,6°C en la base argentina Carlini y de 11,5°C en la base ucraniana Vernadsky, donde se rompió el récord de 1988. Y si ya es preocupante lo que pasa en el verano austral, también lo es que igualmente se calientan los inviernos. Cordero señala que “los del 2021 y el 2022 han sido los más cálidos registrados en la isla Rey Jorge en los últimos 32 años”, con un promedio de temperaturas, entre mayo y octubre pasados, que está entre los cinco más elevados de los registros conocidos.
Por si fuera poco, a ello se suma que la extensión del hielo marino que rodea la Antártica tuvo en 2022 su mínimo histórico, especialmente durante el invierno, en el que hubo un déficit de casi un millón de kilómetros cuadrados.
Vayamos ahora a las cercanías del Polo Norte. Estos días, en la revisa Nature, se publica un exhaustivo trabajo que indica que no ha habido temperaturas tan altas en la capa de hielo de Groenlandia en mil años. ¿Y cómo se sabe? Pues gracias a las perforaciones que se han hecho en el hielo en el norte y centro de la gran isla y ha datos recogidos en campañas recientes. Gracias a ello se ha reconstruido el clima entre el año 1.100, cuando ocurrió el Periodo Cálido Medieval y los vikingos habitaban Groenlandia, y el año 2011. El resultado es que, en temperaturas, la capa de hielo tuvo de media 1,5 °C más entre 2001 y 2011 que durante todo el siglo XX.
Los investigadores, dirigidos por glacióloga alemana Maria Hörhold, del Instituto Alfred Wegener, reconocen que no es fácil saber qué pasa en el inmenso interior helado groenlandés, salvo de forma puntual. Si que hay bases científicas donde se perfora el hielo donde se recogen testigos que tienen registrado el clima pasado, pero recuerdan que la última gran expedición que perforó varios lugares, la North Greeenlad Traverse, finalizó en 1995 y faltaba observaciones de años clave, así que volvieron en 2012 a los mismos sitios y los hicieron de nuevo. Fue así como descubrieron que la temperatura entre 2001-2011 fue 1,7 °C más cálida que entre 1961-1990 y 1,5 °C más cálida que todo el siglo anterior. Eso si, reconocen que hay una variabilidad natural, porque algo aumentan las temperaturas desde el siglo XIX, pero también un impactante factor humano.
La cuestión es que, paralelamente a ese aumento, lo hay en la escorrentía de agua de deshielo, lo que demuestra el impacto que el calentamiento antropogénico está teniendo en el centro-norte de Groenlandia, que puede acelerar la velocidad del derretimiento: “Lo que más sorprende es la marcada diferencia entre el calentamiento natural de los últimos mil años y el que tiene lugar entre 2001 y 2011”, señala Hörhold en un comunicado. ““Si seguimos con las emisiones de carbono como lo hacemos ahora, para el 2100, sólo Groenlandia habrá contribuido hasta 50 centímetros al aumento del nivel del mar y esto afectará a millones de personas que viven en las zonas costeras”, avisa la glacióloga. “Nuestros hallazgos -continúa- sugieren que estas temperaturas excepcionales surgen de la superposición de la variabilidad natural, tendiente al calentamiento a largo plazo desde el año 1800 en el norte de Groenlandia, y otra antropogénica que podría acelerar aún más la pérdida total de masa”.
En su trabajo, analizaron los testigos de hielo previos y los suyos, dividiéndolos en periodos de 11 a 51 años. Las escorrentías de agua actuales, que llegan a formar lagos y ríos interiores en la gran isla, aseguran que no tienen precedentes en el último milenio. Para cuantificar la conexión entre las temperaturas y el derretimiento en los bordes de la capa de hielo, utilizaron datos de un modelo climático regional que abarca de 1871 a 2011 y observaciones satelitales sobre cambios en la masa de hielo. Consiguieron así datos fundamentales para la investigación climática: una mejor comprensión de la dinámica de derretimiento de la capa de hielo en el pasado mejora las proyecciones de un aumento futuro del nivel del mar, de forma que sean más precisas.
Recordemos que la última vez que el planeta se quedó sin hielos en el Ártico fue hace cuatro millones de años, en la época en la que nuestra rama evolutiva aún andaba por unos pocos australopitecus africanos…
Desde los quioscos de prensa, nos saludan la ‘Eva africana‘, el Miguelón preneandertal de Atapuerca o la huella de la australopitecus Lucy. Están en las portadas de los libros de una nueva colección, editada por Salvat, que acaba de salir a la venta y que ha logrado reunir a lo más destacado de la ciencia relacionada con la evolución humana en lo que, sin duda, es la mayor recopilación sobre el pasado de la humanidad que se ha editado hasta ahora, al menos en castellano.
Puesta a la venta desde el pasado 3 de enero -se pueden recuperar números anteriores- , la idea nació a mediados del pasado año del interés de los responsables de Salvat por un tema del ámbito de la investigación que aúna gran cantidad de disciplinas científicas -paleontología, genética, arqueología, física, química, geología, entre un largo etcétera- para ayudarnos a comprender cómo fue que un primate, cuya historia se remonta a millones de años atrás, ha logrado a ser como es, con sus luces -grandes avances tecnológicos que incluso le han sacado del planeta que habitan- y sus sombras, entre las que destaca los cambios acelerados de la Tierra tal como ha sido hasta hace poco más de 100 años, poniendo en peligro su supervivencia.
La dirección de esta colección, compuesta por 60 volúmenes, corre a cargo del paleontólogo Jordi Ahgustí, de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA) en la Universidad Rovira i Virgili, que ha logrado implicar en esta gran ‘enciclopedia’, como las de antes de la era digital, a los y las más grandes de la investigación en las diferentes áreas de conocimientos que se tratan. El primer volumen, como no podía ser menos por su importancia a nivel nacional y mundial, es el dedicado a los yacimientos de Atapuerca, con el arqueólogo y codirector de sus excavaciones Eudald Carbonell, y la doctora Marta Navazo, como autores, pero les siguen otros muchos con nombres que ya tienen su hueco en la historia de estas investigaciones: José María Bermúdez de Castro, María Martinón-Torres, Marina Mosquera, el propio Agustí, Palmira Saladié, Clive Finlayson, Davinia Moreno, Bienvenido Martínez, Xosé Pedro Rodríguez… También la autora de este blog, Laboratorio para Sapiens, ha sido invitada a participar con un libro, además de colaborar en la edición científica de gran parte de la colección.
Vistos los títulos en marcha y los que están por venir, se puede asegurar que nada ha quedado fuera del ojo escrutador de este plantel de expertos y expertas: las migraciones humanas desde hace más de dos millones de años, cómo ha cambiado nuestra alimentación, el papel de las mujeres en la prehistoria, quién fue el primer ‘homo’ en llegar a Europa, lo que hoy sabemos de la vida de los neandertales, cómo se formó el cerebro que tenemos, lo que significa y significó el canibalismo en nuestra evolución, los cambios climáticos y sus impactos en la vida de los homínidos, el origen de las religiones… y tantos otros temas más que, al final, han tenido como resultado que hoy haya sobre la Tierra más de 8.000 millones de seres humanos ‘sapiens’, ocupando prácticamente cada nicho ecológico planetario (incluso se habita en la Antártida, aunque no en los fondos oceánicos) y, eventualmente, el espacio exterior (en la Estación Espacial Internacional).
Si algo caracteriza esta magna enciclopedia, os puedo adelantar, es que toda la información que contiene está basada en infinidad de investigaciones publicadas desde mediados del siglo XIX, cuando Charles Darwin puso sobre la mesa que el ser humano era fruto de la evolución de otras especies, como todas las demás, y el pasado 2022, ya inmersos en pleno siglo XXI. El rigor está garantizado, pero, además, se ha buscado que su contenido sea lo suficientemente divulgativo para que personas ajenas a este ámbito de la ciencia sean capaces de comprender lo que se ha avanzado. También lo mucho que queda por saber y, como no podía ser menos, aquello que aún está en discusión dentro de la comunidad científica, pues los rastros de nuestro pasado nos han llegado incompletos y entre las ‘migajas’ que quedaron enterradas en los yacimientos no siempre resulta fácil llegar a una única y clarividente conclusión. La ciencia avanza a golpe de hallazgos y de interpretaciones, algo que esta Biblioteca de la Evolución Humana recoge con exhaustividad.
“En su totalidad, la obra constituye un escaparate que muestra la vitalidad de los estudios sobre evolución humana. Se trata, en definitiva, de un trabajo editorial inédito en nuestro entorno científico que ha contado con el entusiasmo de los autores que han participado en la redacción de cada uno de los libros”, asegura Jordi Agustí, cuyo título es «El gran éxodo de la Humanidad: la salida de África hacia Eurasia«. Carbonell, por su parte, destaca que la colección resume cómo los centros de investigación que su generación contribuyó a construir «han dado unos rendimientos científicos importantísimos, tanto para conocer como para hacernos pensar sobre la historia y la ciencia de la evolución de la humanidad”.
Mi última visita a un yacimiento, Cueva Mayor en la Sierra de Atapuerca, con Eudald Carbonell, siempre mi anfitrión.
Camino del glaciar Jonhson en Isla Livingston, la Antártida @Rosa M. Tristán
ROSA M. TRISTÁN
Una nueva campaña polar está en marcha. Desde hace ya unos días y hasta finales de marzo, más de 230 personas, entre personal científico, técnico y militar, desarrollarán en las dos bases españolas, ambas en dos islas de la Península Antártica, un total de 26 proyectos científicos que nos ayudan a diagnosticar qué está pasando en el continente más desconocido del planeta. Las imágenes que llegan desde allí, a simple vista, muestran un paisaje menos nevado de lo esperado para estas fecha, y también los datos son preocupantes: este 26 de diciembre la extensión de hielo marino era de 700.000 kms2 menos que la media de los últimos 30 años y la más baja registrada nunca para ese día del año. El mínimo anterior, de 2018, era un 5,2% más extensión, según los datos captados por satélite.
Son datos coherentes con un cambio climático que está desmoronando gigantescos glaciares en el sur del mundo, como el Thwaties, y también las plataformas de hielo que los contienen, así como provocando olas de calor nunca antes vistas y cambiando la flora y la fauna, hasta el punto que del 60’% podría desaparecer antes de finales de este siglo, como se publicaba recientemente Plos Biology.
En esta ocasión, sólo el Buque de Investigación Oceanográfica Hespérides ha viajado hasta el continente del sur, y de momento sin incidentes debido a brotes de COVID-19, como hubo en las dos campañas anteriores (2020-2021 y 2021-2022). En la primera, el buque no pudo llegar a la Antártida como esperaba. En la segunda, tampoco pudieron desarrollarse todos los proyectos por otro brote a bordo. Cruzando los dedos, este año pasarán por las bases Juan Carlos I , el campamento Byers (ambos en Isla Livingston), y la base Gabriel de Castilla (Isla Decepción) un total de 104 investigadores e investigadoras. En esta campaña ya en marcha se les suman 15 colegas de otros países, fruto de esa colaboración internacional que es intrínseca al mundo polar, otras 50 personas entre técnicos y militares y los 60 miembros de la tripulación del Hespérides, cuyo sucesor, por cierto, ya ha sido presupuestado y será construido por Navantia en Cádiz.
En manos de todos ellos estarán 13 proyectos nacionales de investigación, la recogida de datos para cuatro series históricas que llevan años en marcha, un proyecto de defensa, servicios de vigilancia volcánica, responsabilidad del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y de predicción meteorológica (AEMET) y también se apoyará a ocho proyectos de los programas de Portugal, Chile, Canadá, Alemania y Colombia.
Hagamos un pequeño repaso de lo que se hará allí en estos próximos meses.
Líquenes en Polar-Rocks
Leopoldo García-Sancho, de la Universidad Complutense, lleva media vida viajando a la Antártida y ya se conoce muchos secretos de los líquenes y musgos que la habitan. Pero es un mundo cambiante y aún lleno de misterios, así que este año viaja con la intención de dejar colocados sensores en algunas de esas piedras que emergen del hielo, que los inuit árticos llaman ‘nunataks’, para comprobar se comportan estos seres supervivientes al frío invierno antártico y ver si reaccionan al cambio climático. Leo espera que los sensores funcionen hasta la siguiente campaña. Imagino que también estará muy pendiente de los otros líquenes costeros que rodean la base Juan Carlos I, que tiene muy protegidos de inoportunas pisadas, como pude comprobar cuando anduve, con cuidado, entre ellos.
Las Rock-Eaters: creando suelos
Esperemos que este año nada impida a la microbióloga Asunción de los Ríos , del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), llegar a la Antártida. El año pasado se quedó a las puertas por un brote de COVID-19 en el Hespérides, pero ahora anda pensando ya en cruzar la Tierra para estudiar cómo se forman los suelos polares gracias a unos microorganismos –asunto en el que es experta- que colonizan las rocas volcánicas o habitan en las que quedan libres del hielo glaciar. El proceso se llama, nos explica, “biometeorización” , que no es otra cosa que el proceso de millones de estos minúsculos seres disgregando piedras a la vez que liberan nutrientes. Asunción y su equipo tienen previsto moverse por varias islas, llevando a cuestas un laboratorio móvil con el que son capaces de secuenciar su ADN.
Los microorganismos en el aire
Hace años que sigo de cerca el proyecto MicroAirPolar pero cada campaña tiene novedades. Se adapta a todo, ya sea un Trineo de Viento, como el de Ramón Larramendi, o un globo, como este año. Y, además, en un lugar único como es la península Byers de Isla Livingston. La científica Ana Justel, su codirectora con Antonio Quesada, me confesaba poco antes de iniciar el viaje su fascinación por ese lugar que conoce bien. Allí, instalarán un globo cautivo y una torre de captación de 9 metros de altura, especialmente diseñada para esta investigación, con los que estudiarán por primera vez la distribución de los microorganismos atmosféricos en un perfil vertical de hasta 500 metros. También harán su seguimiento más a ras de tierra. El objetivo es descubrir como se mueven esos microorganismos (algo nada baladí como hemos visto con la pandemia) y ver su papel como dispersores de especies invasoras o contaminantes.
La ORCA del Sol
Unas líneas para hablar de ese proyecto ORCA que estudia la actividad solar detectando rayos cósmicos en Isla Livingston. Una sorprendente ‘caja negra’ en la que imagino a científico Juanjo Blanco, de la Universidad de Alcalá de Henares, pasando las horas en su detección.
Challenger, el reto de la presión humana
El equipo de la bióloga gallega Conxita Avila vuelve a la Antártida para estudiar como la presión humana y el cambio climático está dañando a las especies del fondo marino o bentos antártico. Quieren averiguar cómo el aumento de la temperatura o la acidificación del océano, quizá también las especies invasoras, están afectando a unos organismos que han seleccionado previamente. Explican que se trata de conocer para así proteger mejor, aunque la verdad es que no siempre se consigue: por desgracia, este año tampoco fue posible aumentar las zonas marinas antárticas protegidas en la reunión de la comisión CCAMLR (dedicada a la conservación de los recursos marinos vivos antárticos) debido, de nuevo, al veto de Rusia y China… Una pena.
Los pingüinos y.. ¡su personalidad!
De lo más fascinante que he hecho en mi vida es ‘pingüinear’. En mi viaje a la Antártida me quedaba horas observando que había pingüinos ‘pasotas’, iracundos, aventureros, vagos, juguetones… Este año el proyecto PERPANTAR, dirigido por el biólogo del MNCN Andrés Barbosa, va a estudiar precisamente su personalidad y cómo les influye para tomar decisiones distintas sobre sus migraciones. Para ello, me cuenta Barbosa, pondrán ‘emisiores’ a los pingüino barbijos y dispositivos geolocalizadores que, vía satélite, les darán la información de las zonas del océano austral que esta especie utiliza durante el invierno. Una de las encargadas en el terreno será la también gran pingüinera Josabel Belliure, de la Universidad de Alcalá de Henares. Sus conclusiones debieran ser importantes de cara a tomar decisiones sobre las capturas de ese crustáceo llamado krill que es su principal comida y que los humanos pescamos en ingentes cantidades para ‘complementos alimentarios’ absolutamente prescindibles.
¿Electricidad bajo el manto terrestre polar?
Un equipo español, dirigido por la científica Lourdes González Castillo, vuelve esta campaña a la Antártida con una investigación, bautizada GOLETA, que estrenó en la de 2021-2022 y que busca revelar qué pasa bajo el manto terrestre polar con sus propiedades eléctricas cuando se producen procesos de deshielo, que llevan aparejados el aumento del nivel del mar. Y es que hay una capa profunda en el manto terrestre que se llama astenosfera y se comporta de forma plástica-viscosa según la presión que se le ejerce desde arriba: con el peso del hielo se hunde, pero cuando éste desaparece la astenosfera vuelve a subir. Todo ello afecta a su conectividad eléctrica y están tratando de descubrir cómo ocurre en diferentes puntos de la Península Antártica.
Recorriendo los glaciares
Décadas lleva Francisco Navarro, de la UPM, estudiando los glaciares Johnson y el Hurd de Isla Livingston. Desde allí me envía una foto recorriéndolos con esquís y le imagino contando cuántas estacas de las que dejaron clavadas a comienzos del 2022 hay enterradas o cuántas están caídas en el suelo. Las estacas les sirven de control sobre el terreno para medir el balance de masa de los glaciares. Aunque el proyecto DINGLAC cuenta, además, con los satélites de apoyo y georradares para detectar los cambios en esa masa, tener puntos de control sobre el hielo es fundamental para comprobar a qué velocidad a la que se mueven los glaciares y, así, conocer su contribución al aumento del nivel del mar. El año 2020, cuando lo recorrí con su colega Ricardo Rodríguez, hubo récord de estacas caídas, prueba de que el balance de hielo iba a menos. A ver qué nos depara su trabajo este año…
El pasado y presente en el hielo antártico
El proyecto PARANTAR, que agrupa a 18 investigadores e investigadoras de España, Francia, Reino Unido, Chile y Argentina tiene como objetivos este año reconstruir temporal y espacialmente el proceso de deglaciación del archipiélago de las Shetland del Sur (Antártida Marítima) desde el Último Máximo Glaciar global, así como estudiar la respuesta de las áreas libres de hielo generadas a distintas escalas temporales. En definitiva, el equipo dirigido por Jesús Ruiz Fernández, de la Universidad de Oviedo, busca la respuesta geológica y ecológica a la retirada de los glaciares tanto en tiempos remotos del pasado, mediante técnicas cosmogénicas de datación (usadas también en paleontología, por cierto) como con la monitorizando la vegetación actual o recogiendo datos con escáneres de láser, entre otras técnicas.
Macro-algas en la Antártida
Basta pasear por la costa junto a la base Gabriel de Castilla para comprobar la gran acumulación de algas que hay en las orillas. Los fondos sumergidos de Puerto Foster, en Isla Decepción, producen unas 1.800 toneladas anuales de macroalgas y el 2% acaban en las playas de la bahía. Pero ¿cómo afecta el cambio climático, el debilitamiento de la capa de ozono y esa descomposición de algas al litoral? Eso trata de descubrir el proyecto Radiant, dirigido por Mariano Lastra, de la Universidad de Vigo.
En busca de las invasoras
El equipo de Miguel Angel Olaya (Universidad Rey Juan Carlos) persigue a las especies invasoras en la Antártida, donde cada vez son más numerosas. Allí está con Pablo Escribano. Si aquí nos invaden el mejillón cebra o las cotorras argentinas, en la Antártida lo hacen nuevos colémbolos, unos pequeños organismos invertebrados, que pude ver por el microscopio en un laboratorio del Hespérides durante mi viaje, que se encargan de degradar la materia orgánica del suelo. En Isla Decepción hay hasta seis especies de colémbolos recién llegados y los científicos españoles están tratando de averiguar cómo se comportan en las zonas termales que hay en esta isla volcánica y en las que no lo son, es decir, ver cómo responden a diferentes entornos como los que puede estar generando el cambio climático.
Incendios y nubes que llegan a la Antártida
Las nubes, el vapor de agua y, especialmente, aerosoles atmosféricos, es decir partículas, entre las que están las procedentes de grandes incendios forestales o que tienen su origen en la acción humana, están llegando a Antártida y afectando al deshielo. Dado que el calentamiento produce vapor de agua, se generan nubes y, por tanto, la lluvia aumenta, lo que no es bueno para el hielo. A la vez, las partículas de lejanos fuegos están siendo arrastradas hasta allí por la circulación atmosférica, depositándose sobre la una capa blanca que se ennegrece, impidiendo el efecto albedo (reflejo de la luz solar). Evidentemente, también aumenta el deshielo. El proyecto Trípoli, del Grupo de Óptica Atmosférica de la Universidad de Valladolid, ya el año pasado ya instaló en la Base Juan Carlos I una cámara de todo el cielo y en esta campaña pondrán en marcha un fotómetro solar-lunar, que se englobará en una red mundial (AERONET) de 600 estaciones, con los que monitorizán qué está pasando exactamente.
El reto de predecir una erupción volcánica
El nombre no puede ser más certero: “EruptING”. Es el proyecto de la Universidad de Salamanca que quiere hallar las claves sobre cómo prevenir una erupción volcánica en un laboratorio excepcional como es isla Decepción, un volcán en activo. El equipo se centrará en comprender los procesos relacionados con los gases que se liberan en una erupción, que como hemos visto en el caso de La Palma, generan graves problemas a la población afectada (aún hay una localidad cerrada por emanación de gases en la isla canaria). Tratarán, desde la otra punta del planeta, de comprender la geoquímica de esos gases en la fuente de magma profunda, durante su ascenso por la corteza terrestre y cuando emanan en la superficie.
Vigilantes del volcán
En la base Gabriel de Castilla, en Isla Decepción, la vigilancia volcánica de Instituto Geográfico Nacional (IGN) se hace desde “tres patas”, me cuenta el geólogo Rafael Abella: la sísmica, que estudia todo tipo de movimientos del suelo, con sensores que registran desde las caídas de hielo en los glaciares cercanos hasta los seísmos ocurrido al otro lado del mundo; la geodesia, con estaciones GNSS (GPS) que detectan si hay aportaciones de magma del volcán que eleven en terreno, intrusiones que también genera terremotos que los registramos con la red sísmica; y la geoquímica, que estudia todo tipo de variaciones en la propiedades químicas de las fumarolas, las aguas que se pueden producir al variar la condiciones del volcán. La pasada campaña instalaron una red sísmica potente y permanente que enviaba datos ‘on line’ hasta la sede en Madrid y en ésta la van a consolidar e instalar estaciones GPS en paralelo.
Y aún hay más…
No me detengo en los proyectos que recopilan datos históricos sobre geomagnetismo (Observatorio del Ebro); la recogida de datos para series geodésicas y oceanográficas del equipo de Manuel Berrocoso (Universidad de Cádiz); o la de información de los sensores instalados en el permafrost (proyecto PermaThermal), que Miguel Ángel de Pablos de la Universidad de Alcalá de Henares vigila desde el año 2000 con unos sensores que estas últimas campañas está modernizando. Y, por supuesto, el equipo de Aemet, que es fundamental para que todo lo demás sea posible, organizando cada día el trabajo según sus previsiones meteorológicas, además de controlar todos los datos de los diferentes observatorios, como bien me recuerda Manuel Bañón.
Más de 60 personas del mundo cultural, científico y del periodismo firman un manifiesto en defensa de un medio ambiente en el que se respeten los derechos de todos los seres vivos del planeta
ROSA M. TRISTÁN
El «Manifiesto de la otra gente» surgió por iniciativa del escritor Manuel Rivas y el divulgador y naturalista Antonio Sandoval, que hicieron una primera lectura del mismo en el pasado ‘Festival Eñe’ celebrado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. A raíz de ese evento, se creó un grupo en el que compartir novedades que aúnen la defensa de la naturaleza con diferentes expresiones culturales y se abrió el manifiesto a la firma de numerosas personalidades del mundo de la cultura (sigue abierto a nuevas adhesiones). Abajo se adjuntan todos los firmantes.
MANIFIESTO DE LA OTRA GENTE
Vivimos un tiempo de emergencia planetaria. Hay que poner fin a la guerra contra la naturaleza. Poner fin a los procesos de extinción. Acabar con los asesinatos ecológicos en masa contra la Otra Gente. Tenemos que establecer un nuevo contrato con la naturaleza, un contrato de reconciliación.
Es hora de descolonizar y desesclavizar nuestra mente. El respeto a la Otra Gente, a la naturaleza, es también nuestra emancipación. Sin la biodiversidad no habrá lugar para el ser humano en la Tierra.
Frente al fanatismo de la sobreexplotación ilimitada debemos abrir paso a un decrecimiento, entendido como una nueva abundancia. Abundancia en el bienestar de y con la naturaleza. Tenemos que renaturalizarnos para reencantarnos con la madre tierra.
Llegó el momento de pensar en ampliar los derechos de la Otra Gente y extender de forma universal leyes que la defiendan frente a todo tipo de ecocidio.
Hay que actuar. El primer paso, la primera revolución, es comenzar a escuchar las voces de la Otra Gente.
Firman:
María Aguilera, escritora, profesora; Marilar Aleixandre, escritora, naturalista; Pep Amengual, biólogo; Lois Alcayde Dans, escritor, xornalista; Rosa Aneiros, escritora; Manuel Bragado, mestre Educación primaria; Guillermo Busutil, escritor, periodista; José Antonio Caride, catedrático de universidad; Nati Comas, editora; Carlos de Hita, técnico de sonido de la naturaleza; Miguel de Lira, actor; Marta del Riego Anta, escritora, periodista; Mercedes Corbillón, librera; Xosé Diaz Arias de Castro, deseñador; Ernesto Diaz, naturalista; Alfonso Domingo, escritor, cineasta; Michael Donaldson Carbon, gestor público; Pepe Fermoso, empresario de turismo ecolóxico, profesional da comunicación; Elisenda Figueras Llavería, promotora cultural; Xosé A. Fraga, historiador, divulgador da ciència; José Antonio Gaciño, periodista; Pablo Gallego Picard, arquitecto; Unai García Martínez, ingeniero mediambiental; Txema García Paredes, escritor, periodista; Menchu Lamas, pintora; Lola Larumbe, librera; Rafael Lema Mouzo, escritor, investigador, hostaleiro; Suso Lista, escritor; Ignacio López Blanco, músico, productor, técnico de son e luces; Isabel López Mariño, docente; Xulio López Valcárcel, escritor; Brais Lorenzo, fotoxornalista; Ada Lloréns, arquitecta, urbanista y paisajista; Rosa M. Tristán, escritora, periodista; Sol Mariño, fotógrafa e poeta; José Manuel Marraco, abogado; Gabi Martínez, escritor; Carolina Martínez Gila, gestora cultural; Antón Masa, biólogo e investigador; Xacobe Meléndrez, fotógrafo, videocreador, meteorólogo; Javier Morales, escritor, periodista; Cláudia Morán Mato, xornalista; Ramón Nicolás, profesor, escritor; Javier Naves, biólogo e investigador; Olga Novo, escritora, docente; Antía Otero, escritora, editora; Mario Obrero, poeta; César-Javier Palacios, periodista ambiental; Antón Patiño, pintor; Mercedes Peón Mosteiro, música, compositora, instrumentista; Xosé Manuel Pereiro, xornalista e escritor; Héctor Pose, docente, escritor; Manuel Rivas, escritor, periodista; Olga Rodríguez Francisco, escritora, periodista, guionista; Xesús Ron, dramaturgo, grupo Chévere; Mónica Sabatiello, escritora, periodista; Ramón Rozas Domínguez, xornalista cultural; Rafa Ruiz, periodista, director ‘El Asombrario’; María Sánchez, veterinaria, escritora, José Manuel Sande, escritor e programador cinematográfico; Antonio Sandoval, escritor, ornitólogo; Dores Tembrás, escritora, editora; Ruth Toledano, escritora, periodista, directora ‘El Caballo de Nietzsche’; Xurxo Souto, músico, escritor; Begoña Varela Bárcenas, libreira; Xavier Villaverde, director cinematográfico, productor, guionista, fotógrafo; Yolanda Virseda, profesora, periodista.
A pocos días de que comience la Cumbre Mundial por la Biodiversidad en Montreal (Canadá), de la que cabría esperar un acuerdo similar al de Paris para el cambio climático –y que, además, se cumpliera-, la FAO pone el foco en uno de los lugares más amenazados del planeta: el Mar Mediterráneo. Con 1.500 metros de profundidad media y 2,5 millones de kilómetros cuadrados, el “Mar Nuestro”, como lo bautizaron los romanos, está en crisis y así lo certifica un informe de la FAO, la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU, presentado hoy.
El informe “El estado de la Pesca en el Mediterráneo y el Mar Negro”, elaborado por la Comisión General de Pesca del Mediterráneo (CGPM) de la FAO, nos confirma que, pese a los esfuerzos por evitar que ambos mares se conviertan en cementerios de biodiversidad, nos queda mucho camino por andar para que un día no metamos la cabeza bajo sus aguas y solo veamos latas, toallitas y plásticos. Hoy, se señala, 73% de las especies comerciales de estos mares–las que vemos en el mercado- se sobreexplotan, es decir, que se pescan por encima de su capacidad para reponerse.
En general, esa presión pesquera -a pesar de las quejas del sector, que pareciera que aún querría pescar más días y más cantidad- es el doble de la que debiera ser si se siguieran criterios científicos. En otras palabras: habría que evitar la mitad de las capturas que se hacen si queremos un Mediterráneo vivo y capaz de alimentarnos y deleitarnos en el futuro, como viene haciendo desde que los ‘sapiens’ llegamos a sus orillas hace decenas de miles de años. Y no sólo nosotros: también los neandertales consumían sus productos, como se ha podido comprobar en las cuevas de Gorham, en Gibraltar.
Ciertatemente, la crisis del COVID-19 hizo bajar las capturas hasta un 15% en los años 2020 y 2021, lo que permitió cierto respiro bajo las aguas. Entre las especies que se han recuperado, especialmente porque están sujetas a algún plan de gestión propuesto por la CGPM, están la merluza europea y el lenguado (además del rodaballo, en el Mar Negro), pero la naturaleza precisa de su tiempo desde que se deja de explotar hasta que las poblaciones de especies se recuperan.
El español Miguel Bernal, secretario ejecutivo de la CGPM de la FAO desde poco -si bien lleva 10 años de trabajo en FAO-, nos destaca la importancia de haber logrado poner en funcionamiento 10 planes plurianuales de ordenación pesquera que abarcan unas 15 especies comerciales y afectan a casi 7.000 embarcaciones. También , señala, se han establecido 10 zonas de acceso restringido para esta actividad que ayudan a mejorar las poblaciones y los ecosistemas de aguas profundas en más de 1,7 millones de km2 res. Pero, a la vez, es consciente del reto.
Y es que la situación, especialmente en el Mediterráneo, es más que preocupante.
“Aquí se empezó tarde con la gestión, cuando el Mediterráneo es un mar frágil, con ecosistemas en zonas de riesgo y con países costeros muy vinculados a la pesca, al turismo, al transporte por ese mar, y a la vez afectado por la polución plástica, la destrucción de hábitats, los vertidos..”. Se empezó tarde, explica, porque resulta que los planes de gestión mencionados comenzaron hace tan sólo unos ocho años y hace apenas cinco que se aceleró su puesta en marcha. Por el contrario, aún falta por planificar qué pescar y cuánto y dónde para más de la mitad de las especies comerciales (unas 30) en todos los países implicados. Además, ¿son todos igualmente responsables o aquí también ‘pesa el pasado’?
“Si miramos atrás, la pesca en la UE se desarrolló intensamente mucho antes que en la costa africana; sus flotas crecieron mucho más que en los países no comunitarios. Ahora, en la UE la flota disminuye y el control de lo que se hace es mayor, pero la situación es más difícil en los países no comunitarios para se ajusten a la baja, cuando algunos es ahora cuando están ahora desarrollando su sector y quieren pescar. Aún así, se están adaptando”, afirma Bernal.
En la presentación del informe, pudimos escuchar a Raquel Llopis , pescadora, empresaria y miembro de la asociación A Son de Mar. Llopis mencionaba la falta de relevo generacional que hay en el sector pesquero, por otra parte poco atractivo tanto por su dureza como por los escasos salarios. Es un equilibrio entre economía y medio ambiente que no es nada fácil, por mas que desde la CGPM se promueva que “hay que asegurar alimentación y trabajo”. “Se trata de una balanza entre conservación y pesca, que no puede frenarse, pero es verdad que hay tensiones porque el sector está bajo estrés y los planes de gestión generan rechazo, lo que no impide que se sepa que hay que tomar medidas”, apunta el experto de FAO.
Y es que por si fuera poco la sobrepesca y el plástico, el cambio climático, que aumenta la temperatura del agua, propicia la llegada de especies invasoras. Según FAO, en el Mediterráneo Oriental el 50% de las capturas ya son de especies no indígenas. “En estos casos –explica Bernal- la pesca puede ser la solución. Es el caso del cangrejo azul, una especie de fuera que ya se comercializa en Argelia y aue se exporta con éxito a Europa, además de acabar con ella”.
El informe también menciona las técnicas de pesca, algunas tan polémicas como el arrastre, un método poco selectivo que genera un gran número de peces descartados para su venta una vez capturados. Bernal reconoce que es un grave problema y que habría que mejorar la técnica, si bien puntualiza que “no es verdad que se arrastre todo el fondo, pues hay zonas, como las de roca, donde no se accede” y destaca que más del 60% del Mediterráneo está libre de pesca de arrastre. Visto por el otro lado, si lo habría en casi el 40% . Otra cosa son los controles que se hacen de las pesquerías mediante a inspecciones a barcos para impedir actividades ilegales, que considera eficaces.
De lo que hay pocas dudas tras ver este informe es de que tanto el Mediterráneo como el Mar Negro son una de las regiones pesqueras en mayor riesgo. De momento siguen generando unos ingresos anuales de 2.900 millones de dólares y empleando a medio millón de personas, de las que solo una parte son tripulantes y, entre ellos, apenas el 10 % con menos de 25 años. Sin embargo, ¿hay que mantener estos niveles? Si hay sobreexplotación, está claro que sobran barcos o días de pesca o cantidades capturadas. Pero ¿Cuántos? “Es difícil de cuantificar, pero estamos en ello y este año vamos a debatir cuánto habría que disminuir. Todos, eso si, son conscientes de que con sobreexplotacion no hay futuro para este sector “, asegura Bernal.
Por úlimo, el asunto de aumentar las zonas marinas protegidas, que reclaman algunos científicos y activistas ambientales. Actualmente, ni el 2% del Mediterráneo lo está de forma total. Para Bernal, en este asunto no se trata de proteger de la pesca, sino de otros impactos, como pueden ser la destrucción de hábitats costeros o la polución plástica. “Pesca sostenible y ecosistemas sanos pueden ir de la mano en el Mediterráneo”, defiende el portavoz y responsable de una comisión que aglutina a 23 países.
¿Y el futuro? “Soy optimista –concluye – pero nuestro secretario general, Antonio Guterres, ya nos alerta de que tenemos que cambiar el sistema de producción y tomar medidas inmediatas. Creo que las cosas están cambiando y que para ello el asesoramiento científico es crucial; ahora bien, las medidas sin consenso, no funcionarán. Hay que debatirlas e identificar las mejores soluciones”.
Las pesquerías en pequeña escala representan el 82 % de las embarcaciones y el 59 % de los puestos de trabajo. Asimismo, dan empleo al número más alto de jóvenes, pero los salarios de los pescadores en pequeña escala son normalmente inferiores a la mitad de los de los pescadores en flotas industriales.
La CGPM está formada por 23 Estados miembros y su principal objetivo es garantizar la conservación y el uso sostenible de los recursos marinos vivos, así como el desarrollo sostenible de la acuicultura.
Ballena en Hermanus (costa sur de Sudáfrica) donde se extraerá gas natural.
ROSA M. TRISTÁN
A pocas semanas del comienzo de la próxima Cumbre del Clima que este año tendrá lugar en África, en concreto en Egipto, ni el contexto internacional político ni económico resultan alentadores de cara a sus resultados. Mientras que la ciencia nos dice cómo el cambio climático está dañando la salud de millones de especies, también la humana, y ésta con más ahínco en el continente donde evolucionó, al mismo tiempo proliferan los proyectos que alientan la extracción de combustibles fósiles en ese mismo lugar. Se calcula que sólo los nuevos proyectos de gas natural africano tienen un valor de 400.000 millones de dólares, en clara lo contradicción con la meta de no superar un calentamiento global de 1,5º C a final de siglo. Lo financian y explotan empresas del hemisferio norte y también en los últimos años de China y la India.
El último gran proyecto en las aguas de Sudáfrica ha hecho saltar nuevas alarmas. La empresa francesa ‘TotalEnergies’ –la misma que tiene a sus trabajadores nacionales en huelga por bajos salarios- ha solicitado en septiembre licencia para explotar dos grandes yacimientos de gas en aguas de este país con hasta 1.000 millones de barriles de petróleo. TotalEnergies planea invertir 3.000 millones de dólares para comenzar a trabajar en una gran área oceánica donde, según las organizaciones ambientales, hay una espectacular biodiversidad marina. “Se haría –denuncian los ambientalistas- a expensas de la vida silvestre y de los medios de subsistencia de los pescadores a pequeña escala de la zona”.
El negocio a la vista se centra en dos bloques, los yacimientos de Brulpadda y Luiperd, que fueron descubiertos entre 2019 y 2020, justo en un lugar que es de paso de grandes ballenas –son fáciles de observar desde la playa de Hermanus, como he comprobado personalmente-, gigantescos tiburones blancos de hasta cuatro metros de largo, miles de focas y leones marinos, orcas y también pingüinos que viajan hasta allí desde la no lejana Antártida. No es la primera vez que esta empresa europea se ve envuelta en polémicas: la misma compañía construye el mayor oleoducto del mundo desde el Lago Alberto (Uganda-Congo), en el corazón del continente hasta el Indico, 1.440 kilómetros de tubería que atravesará zonas de gran riqueza de vida salvaje y humana y se llama EACOP. Por allí fluirán 1.700 millones de barriles de petróleo fuera de África. También es la misma compañía que ha trabajado, hasta hace unas semanas, en la extracción de gas costero de Cabo Delgado (Mozambique), provocando miles de desplazamientos en la región.
Ahora, para intentar frenar la extracción de esta nueva gran ‘bolsa’ de CO2 sudafricana, se ha lanzando la campaña internacional #OceanTotalDestruction, a la que se han sumado ya dos ganadoras premio ambiental Goldman, Liziwe McDaid (de la organización The Green Connection) y Claire Nouvian (de BLOOM). McDaid ha calificado el proyecto de “fraude” porque “intenta hacer ver que el cambio del carbón al gas como una transición de energía verde para África” pese a que la petrolera, que había renunciado en 2021 a esta explotación, la ha retomado en el contexto de la crisis energética en Europa. ¿De verdad su destino es la población africana? Además, recuerda que la Agencia Internacional de la Energía dijo que “más allá de los proyectos ya comprometidos a partir de 2021”, no habría más nuevos”. Pero eso fue antes de la guerra en Ucrania y el corte de suministro ruso, cuando gas aún no era ‘verde’ para la UE.
En realidad, este nuevo operativo de TotalEnergie en Sudáfrica es uno más de los muchos en ciernes encaminados a saciar el mercado de combustibles fósiles. Entre los más importantes, los también nuevos yacimientos de Zimbabue y Costa de Marfil, el aumento de extracción de petróleo en Nigeria, el del gas en Mozambique, la exploración del petróleo en el Okavango, la extracción de gas y petróleo frente a la costa de Mauritania y Senegal (en el ultimo caso explotado por la británica BP y Kosmo Energy de EEUU). De hecho, en el Foro Empresarial de la Energía en África, celebrado el pasado verano, se argumentaba que aprovechar esos recursos son el camino para acabar “con la pobreza energética” del continente, si bien la mayor parte de esa energía contaminante se va fuera del continente gracias a infraestructuras (como los oleoductos) que siempre acaban en un puerto donde embarcarla.
Mapa de campos gasístico en Sudáfrica
Desde la plataforma Africa Climate Justice, que agrupa a numerosas organizaciones de su sociedad civil, se argumenta que en realidad “los únicos ganadores serán los países ricos y las corporaciones transnacionales que buscan obtener grandes ganancias”. A nivel global, el colectivo ya ha contabilizado 195 gigantescos proyectos petroleros, que producirán 646 gigatoneladas de CO2, unas cifras incompatibles con el Acuerdo de París de 2015 y con los compromisos nacionales posteriores. Y recuerdan que el riesgo en África no es un horizonte. Es hoy.
Sólo en este año, por el continente ha pasado el ciclón Batsirai, que desplazó a 150.000 personas en Madagascar en febrero (impacto agravando los efectos de la peor sequía en 40 años); la llamada “bomba de lluvia de Durban”, que en abril destruyó miles de casas en KwaZulu-Natal (Sudáfrica); el aumento de las tormentas de polvo en el Sahel; y una escasez de lluvias que tiene a 14 millones de personas del Cuerno de África en riesgo de hambruna. morir de hambre. Estos desastres que tienen su origen en el cambio climático, no sólo socavan la seguridad alimentaria de cientos de millones de personas, sino que alimentan la violencia.
No lo dicen sólo activistas y científicos del ramo ambiental. El pasado 19 de octubre, más de 250 revistas de salud de todo el mundo publicaron de forma simultánea un editorial en el que se instaban a los líderes mundiales a hacer justicia climática por África en la COP27. Entre otras, The BMJ, The Lancet, el New England Journal of Medicine, el National Medical Journal of India y el Medical Journal of Australia.
Los autores afirman que el cambio climático tiene “efectos devastadores” en la salud de los africanos. Hablan de 1,7 millones de muertes al año por unas condiciones meteorológicas que han cambiado el clima y la ecología, generando catástrofes y aumentando la presencia de malaria, dengue, ébola… Calculan que la crisis climática ha arramblado con un tercio del PIB en los países más vulnerables y alertan de que mirar a otro lado sólo causará inestabilidad en otros continentes. “Llegar al objetivo de 100.000 millones de dólares anuales de financiación para el clima es ahora globalmente crítico si queremos prevenir los riesgos sistémicos de dejar a estas sociedades en crisis”, aseguran. Y aún así, explican, no bastará con ese dinro ya prometido en el pasado y no cumplido, sino que harán falta recursos adicionales para compensar las pérdidas y los daños, porque si se gasta el dinero en reconstruirse, no lo habrá para prepararse en evitar el desastre. “Si hasta ahora no se han dejado convencer por los argumentos morales, es de esperar que ahora prevalezca su propio interés”, concluyen.
El oleoducto Eacop a su paso por Kenia. @OilNewsAfrica
Todo indica que en la próxima COP27 se hablará más de la vulnerabilidad climática de África y de la llamada “transición justa” a energías limpias y que ocurrirá a la vez que aumenta la presión por conseguir nuevos yacimientos de ‘energía sucia’ , incluso en lugares de ese continente que son reductos de una biodiversidad irrecuperable.
Africa Climate Justice lo califica de “hipocresía climática” en países ricos que buscan sus emisiones “cero neto” compensando su contaminación con bonos de carbono y soluciones de geoingeniería, mientras siguen financiando la extracción de combustibles fósiles bajo la tierra y el océano africanos , sin respetar los derechos de los pueblos indígenas y campesinos que viven en lugares como Cabo Delgado (Mozambique), el Okavango en Namibia, la costa sudafricana, la de Senegal o en las comunidades afectadas por el nuevo gaseoducto EACOP que cruzará el este del continente.
África se juega mucho con el clima. Pero la COP27 africana huele mucho al CO2 que se está desenterrando en el continente por parte de grandes empresas, muchas del norte, mientras su población, desprotegida y muy vulnerable, vive con esa “bomba” sobre sus cabezas. COP27 es una oportunidad para desactivarla o al menos reducir los impactos de la explosión saldando la cuenta de la injusticia climática.
Entrega de la Medalla Stephen Hawking de las artes a Brian May
Cuando el músico Rick Wakeman, que marcó la historia de la música con el grupo Yes, anunció la concesión de la Medalla Stephen Hawking de las Artes a Brian May, guitarrista de Queen, el auditorio del Sport and Concert Center en Yerevan (Armenia) explotó en aplausos mientras el músico subía al escenario. Poco después, fueron premiadas la primatóloga Jane Goodall, que se llevó la medalla a la trayectoria científica -no pudo estar presente pero si envió un vídeo-, la escritora americana Diana Ackerman y la NASA TV, en la categoría de cine. La entrega de estos galardones era uno de los momentos más esperados de un evento que, hasta el día 10, ha logrado reunir en la ciudad a un espectacular grupo de científicos, entre ellos casi una decena de premios Nobel, astronautas y músicos. Es la sexta edición del Starmus Festival, nacido en España y ahora repetido por todo el mundo.
El festival, que este año se dedica a conmemorar los 50 años del envío de una primera nave a Marte, en realidad ha comenzado con el foco más puesto en la Tierra que en otros planetas. Prácticamente todos los participantes, hasta el momento de esta crónica, han hecho referencia a la situación a la que los seres humanos estamos llevando a nuestra ‘casa’ debido al cambio climático que hemos provocado con nuestra actividad en el último siglo. Con diferentes enfoques, desde microbiólogos a físicos, pasando por climatólogos y artistas, tienen muy presente la urgencia que tenemos en actuar para solucionar este problema.
Para empezar, el propio Brian May, gran apoyo del astrofísico Garik Israelian para la organización del Starmus Festival desde 2011. “El mundo camina en la dirección equivocada y debemos llamar la atención sobre ello porque estamos dejando un terrible impacto y si dejáramos de pensar tanto en nosotros y pensáramos en la humanidad tendríamos un mundo mucho mejor”, declaraba en una rueda de prensa.
En la misma línea han intervenido los primeros científicos que se han podido escuchar en unas sesiones a las que están acudiendo miles de personas, muchas de ellas jóvenes, que no han querido perderse la ocasión de ver a sus ídolos musicales y acercarse a escuchar a astronautas como Charlie Duke, de la misiones Apolo a la Luna, Chris Hadfiel , que fue comandante de la Estación Espacial Internacional, o Garrett Reisman, que viajó en tres transbordadores distintos (el Discovery, el Atlantis y el Endeavour) y ahora se ha unido a la compañía privada de Elon Musk, SpaceX, y ya sueña con millones de humanos viajando por el espacio.
Uno de los más incisivos respecto a la crisis climática ha sido el científico y divulgador británico Chris Rapley, que fue responsable del Programa Antártico Británico durante nueve años y presidente del comité científico antártico SCAR. Rapley recordaba a la audiencia los riesgos a los que nos enfrentamos en la Tierra porque, señalaba, “el cerebro humano es muy complejo pero ha evolucionado para vivir el instante y eso es una barrera que debemos romper, pues tenemos la creatividad suficiente como para poner en marcha soluciones”. “Estamos atascados y los medios de comunicación tienen que hacer más para ayudar a salir de ese atasco”, señalaba en una declaraciones antes de su conferencia.
También la microbióloga y Nobel francesa Emmanuelle Chanpertier, Nobel de Química en 2020, se ha referido al reto que suponen las bacterias en un mundo que se calienta y en el que, por un lado, pueden surgir nuevas infecciones y, por otro, hay que adaptarse. En este sentido, explicó cómo el mecanismo que descubrió para editar genomas de seres vivos –lo hizo con una bacteria, pero es extrapolable a otros organismos- puede ayudar, acelerando un proceso que ya se da en la naturaleza, a adaptarse a un planeta con unas condiciones climáticas distintas, que es a lo que nos enfrentamos.
Y aunque la primatóloga Jane Goodall no ha podido estar en Yerevan, si que envió un emotivo mensaje en el que, además de agradecer la medalla, hizo hincapié en la importancia de recordar que no estamos solos en la Tierra, sino que nos acompañan otras especies a las que debemos proteger, algo que no estamos haciendo.
La exploración astronómica, como no puede ser menos, es otro eje fundamental del encuentro. Como me contaba la astrofísica y directora del Centro Carl Sagan Lisa Kaltenegger, “conocer otros mundos nos ayuda también a conocer el nuestro, sobre todo, a saber cómo va a evolucionar la Tierra en el futuro” . Poco después o se anunciaba a nivel internacional que había sido encontrado otro exoplaneta –ya van más de 5.000 desde que Michel Mayor y Didier Queroz encontraron el primero-, en cuya búsqueda ha participado Kaltenegger, un astro que está en una lejana estrella a unos 100 años luz -bautizado como Speeculoos 2- y que podría tener respuestas que nos ayuden a saber cómo una ‘ Tierra’ se va convirtiendo en un planeta ‘Venus’ . Por cierto, Mayor también está en Yerevan.
Imposible no mencionar que todo ello tiene lugar entre conciertos de música en los que miles de personas disfrutan de actuaciones de Brian May, Rick Wakeman, el armenio Trigran Hamasian o el grupo Sons of Apollo con el guitarrista Ron «Bumblefoot” (en el pasado en Gun’s and Roses).
El fundador y promotor del Starmus, sin embargo, destacaba de todo el programa las actividades paralelas que se desarrollan en las universidades armenias y en las calles de la capital . “Esta es la gran novedad del Starmus en Armenia, un país al que hace tiempo soñaba con traer el festival y gracias al apoyo oficial conseguido ha sido posible. Que más de 100.000 personas, al final, participen en alguna parte del programa de Starmus va a ser un gran éxito que nos anima a seguir ya preparando nuevas ediciones”, nos comentaba.
Este verano estamos asistiendo a una debacle ambiental, política y social de proporciones inconmensurables si hablamos en términos ambientales. Tanto es así, que al intentar hacer balance una no sabe por donde empezar. Más de 200.000 hectáreas quemadas –empiezo por los incendios forestales- en un país mediterráneo en ya acelerado proceso de desertificación debiera bastar para que todo el mundo se pusiera manos a la obra para que tamaña barbarie no se repita. Si sumamos la sequía, la falta de agua para beber en muchos pueblos, el agua del mar a 30º, augurando ‘Danas’ otoñales… Este cóctel explosivo debiera ser suficiente para crear un consejo de expertos y expertas, científicos a poder ser, a nivel nacional (un IPCC pero al que se haga más caso) que pusiera datos y realidades sobre las causas, las medidas para prevenirlas más certeras en cada lugar y qué hacer después para no seguir en próximos año, en la medida de lo posible, en la misma debacle.
Sin embargo, atónita, veo cómo en lugar de esos análisis y de aumentar la conciencia ciudadana con continuas “asambleas climáticas” (sólo hemos hecho una, y muy menor), algunos medios ponen el micrófono a cualquiera en un pueblo para que suelte una barbaridad que se hace viral, resulta que consejeros y otros políticos, responsables de los territorios más masacrados en la península, pero absolutamente irresponsables en sus declaraciones, la repiten cual mantra . A saber: que los ecologistas y ambientalistas, que ahora más que nunca se basan en datos científicos, son los culpables de los incendios forestales, que el cambio climático no mata o que es normal que haya calor (44,9ºC en Orihuela el 4 de julio). Y todo así, a bocarrajo.
En el caso de los incendios que nos abrasan el ánimo, ahora resulta que alertar desde hace décadas de lo que iba a pasar –y está pasando- te convierte en incendiario, culpable del estado de unos bosques que resulta que es evidente que están resecos porque no llueve, porque además hace un calor insoportable y porque, como bosques que son, tienen sus arbustos, sus maderos viejos de los que comen cientos de bichos, su capa de humus… y lo que no tienen son la ganadería extensiva (ovejas, principalmente) que limpiaban amplias zona, que no todas.
@Tve
Pero también se olvida que si arden es porque, salvo rayo mediante, en un momento de extrema emergencia climática, hay detrás manos humanas que lo provocan, adrede –lo que ya es de traca- o por obra y gracia de lo que algunos llaman errores no intencionados y debieran ser delitos, imprudentes en muchos en esos pueblos donde hay aún gente que no sabe, o no quiere enterarse, de que el clima ha cambiado y sus ‘tradiciones agrícolas’ no pueden seguir como antes. Es verdad que nuestra España rural se vacía –tampoco es que lo pongan fácil a los recién llegados que quieren quedarse y mejorar cosas, a decir verdad- pero los que hay deben saber que cosechar a mediodía con 40º C es delito y quemar rastrojos o basuras en ola de calor y tirar fuegos artificiales en fiestas del verano. Idealizar a los humanos por el lugar donde viven me parece de un desconocimiento supino de los pueblos.
El Retiro el domingo 24 de julio, la parte al sol era la permitida para caminar. Los paseantes, infriendo la «norma». @Rosa M. Tristán
Claro que tampoco vamos a pedir peras al olmo, porque si en los pueblos no se enteran de lo que está pasando, en las urbes menos… Que ahí tenemos a alcaldes de pro, elegidos por los urbanitas, como los de Madrid, cerrando parques y sombras y ‘reconstruyendo’ plazas de hormigón –barbacoas humanas, las he bautizado- porque el verde sólo vale si es pintado o en césped de plástico (veasé la Plaza de España de la capital), que a ver si lo vegetal hace daño… Y también tenemos los aires acondicionados a todo trapo en centros comerciales y oficinas donde hay que entrar con rebequita, no sea que del resfriado tengamos mocos y nos entre la paranoia de que es COVID. Y, por supuesto, en las urbes regamos a los que se sientan en las terrazas como si fueran tiestos, con un sistema que requiere consumo de energía continuo y no renovable, eso si, no tanta como la que gastamos en invierno en calentarles con estufas, facilitando en ‘calentamiento climático corpóreo’ en vena.
Todo esto está pasando mientras en España hemos duplicado ya con creces el calentamiento de 2ºC de media que el planeta quería –y lo pongo en pasado- evitar a finales de siglo. Orihuela se lleva la palma, pero las temperaturas récord han proliferado al mismo ritmo que los embalses se han vaciado (y aún he visto cultivos regándose en plena Castilla de secano). Como decía certeramente Fernando Valladares, igual es el verano más fresquito que tendremos en nuestra vida, pero está claro que “no miramos arriba” porque asusta y es mejor seguir ciegos.
Hay que decir que en Europa la cosa no va mejor: también arde Italia y Francia y Grecia y Alemania… mientras en la UE ‘resucitamos’ el carbón como combustible, que es la mejor forma de que salte por los aires el afamado Acuerdo de Paris de 2015, y llamamos «verde» a lo que era negro: el gas; o azul fosforito: las nucleares.
Por cierto, también en California el entorno del maravilloso Parque Nacional de Yosemite (¿sabes que es el segundo creado en el mundo, en 1890?)
Y ¿qué decir de África, donde casi nadie tiene coche, ni hay industrias ni aires acondicionados? Poco se habla estos días de que el Cuerno de África está sufriendo su peor sequía en 40 años, como alertaba el pasado 25 de julio la agencia humanitaria de la ONU. Alerta que cae en oídos sordos, por cierto, aunque haya ya 18,7 millones (18.700.000) de seres humanos en riesgo de severa desnutrición. Los muertos, ni se sabe, pero el millar que se calcula que ya tenemos en España por el calor son una gota. En todo caso, no nos preocupemos, que si los africanos subsaharianos osan acercarse a nuestras fronteras, ya los echamos a patadas, que ya se encarga Marruecos de acusarles de traficantes o abandonarlos en el desierto.
Isla Rey Jorge este mes. Foto de investigadores chilenos @Antarctica_cl
¿Y si miramos a los hielos? Malas noticias… El Ártico, un verano más, presenta un panorama terrible. A mediados de julio en Groenlandia perdió, en sólo tres días (del 15 al 17) 18.000 millones de toneladas de hielo, casi lo mismo que en una semana en 2021 en un área de un millón de kms cuadrados (el doble que la Península Ibérica). En la Península Antártica, científicos chilenos informan de que el pasado 17 de julio, en pleno invierno antártico, tenían 10ºC en Base Esperanza, 15ºC más de lo esperable en esa fecha debido a llegada de masas de aire cálidas.
Avalancha en los Alpes.
De las cordilleras, casi da miedo hablar. Los Alpes, los mayores glaciares de Europa, con grandes avalanchas que causan muertos, refugios ya inaccesibles por las grietas que ha dejado el deshielo; los Andes, tras un inicio seco del invierno austral, ahora parece que comienza a nevar, aunque han perdido ya el 30% de su masa glaciar. En el Himalaya cuentan los últimos estudios que se han secado el 50% de las cascadas y la estación meteorológica South Col detectó el pasado día 21 de julio un récord inimaginable hace nada: una temperatura máxima de -1,5º C a una altitud de 7.945 metros en el mismísimo Everest.
Con todo lo anterior, hay que escuchar que la culpa es de los ecologistas porque, claro, es mucho más fácil acusar a los activistas ambientales (como ya se hace también con las feministas) que al sistema económico tal como está estructurado, igual que más fácil acusar al lobo que a la gran superficie o a la macrogranja que exprime a los ganaderos o, por qué no, a las grandes compañías que estos días nos sonrojan con sus dividendos.
Y para terminar el repaso, reconozco que me va corroyendo el convencimiento de que esto no se arregla con acuerdos internacionales vendidos con muchas alaracas que luego acaban en la basura, por desgracia. Quizás si acabe con una catástrofe a paso lento en la que saldrán perdiendo los de siempre: los pobres. Aún con esa amenaza delante, sigo creyendo en la apuesta por las renovables, porque no queda otra, porque el humano evolucionó aprendiendo a ser eficiente con la energía y en el camino lo olvidamos; eso si, serán útiles si logramos que el decrecimiento del consumo sea visto como oportunidad y no como un cataclismo. Y confío en las iniciativas de grupos humanos que no están sujetos a los vaivenes del poder, como tantos políticos, sin olvidar que son elegidos por mayorías. Y sugiero que habrá que dedicar nuestra inmensa creatividad tecnológica no tanto a nuevos móviles (ya no se qué más pueden hacer) como a mejorar el reciclaje de unos materiales terrestres que no podemos seguir expoliando infinitamente, y menos a costa de masacrar pueblos ajenos.
Mi generación ha destrozado la biosfera de un planeta entero en 60 años.
Si hay responsables lo somos todos. Culpar a los que nos avisaban es, cuando menos, mezquino.
Un espacio creado por ROSA M. TRISTÁN para investigar y profundizar en el trabajo y la vida de aquellos seres humanos que aportan sabiduría en este pequeño y maltratado planeta azul
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